sâmbătă, 7 iunie 2014

La balada de los piojos / Balada Paduchilor (Sebastian Lascar)

 Sebastian Lascăr , nacido en Bucarest el 14 de octubre de 1908 y fallecido en la misma ciudad el 9 de octubre de 1976,  fue un periodista, poeta, dramaturgo y traductor muy activo desde su juventud en los movimientos obreros y las luchas sociales efervescentes en la Rumanía de entreguerras.

Dibujo aparecido en la Revista Cultura Proletaria donde fue publicado
el poema de Lascar: La balada de los piojos
Sus primeras poesias fueron publicadas en la revista Cultura Proletaria (en 1926). En 1937 editaria la revista El Pinguino, semanal de humor político que sería suspendido, por su ideología comunista, a los pocos números. En 1940 fue obligado a refugiarse en la Unión Soviética ante las amenazas del movimiento legionario, de donde volvió en 1946. Desde entonces, fue redactor de la agencia de noticias Agerpres, director del Teatro Obrero y, más tarde, redactor jefe de la revista La Llama (Flacara).

Uno de sus primeros poemas, en los que dejaba entrever su tendencia al humor como arma política, fue el que da título a esta entrada: la balada de los piojos (Balada Paduchilor). Fue publicada en el número de abril de 1927 de Cultura Proletaria y en ella personifica a la clase burguesa con los ftirápteros, comúnmente conocidos como piojos (por razones evidentes que todos los trabajadores conocen).

Por supuesto que Sebastian Lascar, a la vez que describe a los parásitos de la burguesía y del capital, llevado por la ola de esperanza que animó a la clase obrera mundial tras ta toma del poder de los camaradas soviéticos en 1917,  aconseja a los trabajadores a que se desinfecte la sociedad como había ocurrido en Rusia, acabando con todos los piojos, única manera de terminar con la injusticia de que una minoria viva chupando la sangre a la mayoría, es decir, de alcanzar un mundo sin explotación de unos hombres por otros.


LA BALADA DE LOS PIOJOS

Ávaros como las garrapatas de sangre azul;
con sus ventosas te sorben la sangre hasta matarte,
impacientes, arramplan con todo
-si nosotros se lo permitimos
¿qué tienen ellos que perder?-

En el arte de chupar son maestros
mirando por encima del hombro
mientras clavan los colmillos
como si fueran arados;
la pereza les exige ser parásitos,
y ellos, sin esfuerzo, lo son.
Es imposible hacerles cambiar
sus gustos de piojo glotón.

El burgués fue siempre un vago
extraordinario:
-Tú trabaja, que el beneficio sé yo
como roerlo.
Se puede dar fé de lo que dice,
porque de un día para otro
construye fábricas de acero,
mientras, por las noches, 
los burgueses voluptuosos se desmayan
entre muslos y pechos de seda;
aunque cuando se acerca la muerte
necesitan de rezos, cruces y curas.
En el momento supremo intentan transformar
en bien el mal
porque ya no podrán gorronear más.

Aunque hasta el momento en que desaparecen
los piojos tienen tiempo para ordeñarnos;
es verdad que son pequeños, según aparentan:
sin embargo, ya ves, que tienen la boca
(no se sabe bien como) muy grande.
Y si te atreves a rascarte un poco
perturbas su seguridad y su calma.
Entonces, en hordas sobre la piel se agrupan
multiplicando el saqueo de tu sangre.
¡No te rasques más! !Cuidado! Que llamas
a las insaciables liendres codiciosas.

DEDICATORIA:

Camaradas, ¿los soportaremos también mañana, como hoy?
¡Oh, no! Desinfectémonos con alcohol o gasolina,
y entonces, aunque no creamos en milagros,
de los piojos fondones escaparemos para siempre.

vineri, 6 iunie 2014

Bajo el cielo de España: Capítulo V (7ª Parte). Sobre la participación rumana en las Brigadas Internacionales

Continuamos con la siguiente entrega del Capítulo V de nuestra traducción del libro del comunista rumano Valter Roman,  miembro de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:


  COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)

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EN EL ESCORIAL

Unas dos semanas después de terminados los combates de Guadalajara, mientras me encontraba en Madrid para resolver varias cuestiones relacionadas con la reorganización de nuestro batallón –problema sobre el que volveré más tarde-, me encontré con Gustav Regler, comisario político de la XII brigada. Me dijo: 

-He oído que los franquistas han bombardeado El Escorial. Me gustaría acercarme, puesto que tenemos una gran cantidad de heridos internos en el hospital que está junto al Escorial. ¿No le gustaría venir?

Brigadistas de la XI Brigada en un camión.
Puerto de Navacerrada, mayo-junio 1937
-Claro que sí, y me gustaría verlos. ¿Tardaremos mucho en llegar?

-No hay más que unos 40 kilómetros. Los vemos y nos volvemos.

Fijamos una hora de partida y nos pusimos en camino en coche. Al poco de salir de la ciudad, comenzó a verse, recortada en la distancia, la Sierra de Guadarrama con sus picos nevados. De camino, Regler, escritor alemán de izquierdas, emigrado de su país tras la llegada de Hitler al poder, dando rienda suelta a la imaginación, me evocó la figura lúgubre de Felipe II, el rey que ordenó la construcción del famoso Escorial.

-Si nos quedara algo de tiempo, me encantaría visitar el palacio –me dijo-. Figura entre las obras arquitectónicas más renombradas de Europa. El hijo de Carlos V, en cuyo imperio nunca se ponía el sol, empleó sin límites sus fabulosas riquezas para construirse un refugio único. Los más bellos mármoles, las maderas más raras, los mejores escultores y pintores de su tiempo… Nada se escatimó de entre todo aquello que había de servir para crear el marco fastuoso por el que el rey paseaba su atroz tedio. ¡Y más aún!… Semejante tedio debe de haber penetrado hasta en los muros del palacio si es que hemos de dar crédito a Théophile Gautier[1]. Las gentes, al visitarlo –dijo-, entenderán lo que significa de veras tedio y se alegrarán el resto de sus vidas con sólo pensar que no están en El Escorial. Pero nosotros no corremos peligro de que el tedio nos asalte. No nos queda tiempo para cosas así.

En un recodo del camino el palacio apareció a la vista: construcción monumental, impresionante, con su forma cuadrada destinada a recordar el martirio de San Lorenzo, quemado vivo en una parrilla, en cuya memoria se erigió. Nos acercamos. El hospital se encontraba a unos cien metros de los edificios principales. Las bombas habían caído por esa zona, provocando algunas víctimas. El palacio no resultó afectado. Visitamos a nuestros heridos, les dimos cigarrillos, periódicos, alguna que otra gollería de las abandonadas por los italianos en su huida, a las que habíamos dado por nombre “los pequeños detalles de Mussolini”. Más tarde, tras conversar con el guardián, obtuvimos permiso para visitar el palacio. Mientras nos paseábamos por las enormes salas, por las galerías abovedadas, abrumados por el silencio solemne que todo lo dominaba, Regler parecía buscar por los rincones la sombra lóbrega de Felipe II, en tanto que yo me imaginaba a Goya, el pintor de la corte, inmortalizando en el lienzo, lúcido y cáustico, a la familia de Carlos IV en toda su repugnancia moral, tal como se me representó en los cuadros del Prado.

Camino de vuelta a Madrid, intercambiamos impresiones sobre lo que habíamos visto.

-Es sobrecogedor El Escorial, ¿verdad? –me preguntó Regler, viéndome pensativo y callado.

-Debo reconocerte que, con toda su grandeza, la impresión que te deja es siniestra.

-Se diría que estás citando a Giuseppe Verdi, que dijo: El Escorial es “severo y terrible, como el feroz soberano que lo construyó”[2].

Sus palabras nos hicieron pensar en los cuatro siglos de oscurantismo y opresión que de modo tan evidente simbolizaba El Escorial y que ayudaban a entender la furia con que los españoles defendían su república. La sabia de la revuelta de aquella tierra, regada desde tiempo inmemorial con lágrimas y sangre, brotaba ahora con toda su fuerza. Los descendientes de aquellos que habían asistido impotentes a los terribles autos de fe organizados por la Inquisición y los biznietos de los fusilados de los lienzos de Goya habían tomado las armas y luchaban por la libertad y la luz.

Indudablemente, aquel día iba a permanecer en mis recuerdos como un día de evocaciones. Camino de vuelta, después de dejar a Regler en Madrid, al poco de salir de la capital, Ángel, el chófer, me anunció:

-Y ahora regresaremos por la carretera de La Mancha, por la carretera llamada de Don Quijote, camino que ha de hacer cualquier admirador de Cervantes que pise suelo español.

Mientras el coche me llevaba hacia La Mancha, me entregué a las ensoñaciones y cuando Ángel me mostró, en lontananza, recortada contra cielo del crepúsculo, la silueta negra de un molino de viento tuve la impresión de ver al Caballero de la Triste Figura hablando con Dulcinea, tan hermosa a los ojos de su alma.

¡Poder de embrujo del genio! ¡De qué hechizo supo rodear los lugares que amó!; ¡con qué fuerza me sustrajo de mis pensamientos y preocupaciones diarios para sumergirme en aquella atmósfera de inefable poesía!

Amable, solícito como siempre, Ángel había querido agradarme y me dio una gran alegría. En realidad, había observado en él, en sus relaciones con todo el mundo, esta atención, esta amabilidad permanente. Se lo dije. Me respondió:
       
-No puedo olvidarme del viejo proverbio español: “Nada cuesta menos ni se aprecia más que la cortesía, la atención”[3]. En ocasiones la palabra tiene una fuerza milagrosa –añadió Ángel-, puede curar, pero también herir.        

No pude dejar de señalar:

-Sabe que en la zona de Bihor[4], donde nací, se dice lo mismo.

¡Mi admirable Ángel!; ¡admirable pueblo cuyos hijos traducen a la vida los ideales humanistas de sus genios!


LAS RIQUEZAS DE ESPAÑA: OBJETIVO DE LOS FASCISTAS

Tras la batalla de Guadalajara, Franco abandonó durante un tiempo la idea de conquistar la capital. Los fascistas trataron desde ese momento de obtener en otros frentes éxitos militares que aumentaran su prestigio, en entredicho debido a los fracasos sufridos, y que les garantizaran a su vez ventajas económicas.  

Con ese objetivo consiguieron conquistar en el Norte Bilbao, famoso por sus riquezas minerales, y en el Sur Pozoblanco y Almadén, los mayores centros de extracción de mercurio de Europa. De hecho, los imperialistas encontraron el modo de resarcirse por el “apoyo” dado a los rebeldes españoles: acaparar, en especial, las ricas minas del sur y del norte de España.

En un interesante estudio aparecido por aquellos días en la publicación inglesa “The Economist” sobre el papel de los factores económicos en la guerra de España, se mostraba cómo Alemania e Italia habían encontrado el modo de llevar a cabo “una guerra que produjera beneficios”. “En Alemania –escribía el órgano londinense- las importaciones de hierro de España crecieron en 37.210 toneladas en diciembre pasado, en 206.707 en enero, en 91.596 en febrero… Las reservas conocidas de mineral de hierro de España se elevan a 711 millones de toneladas. Las reservas conocidas de mercurio y las que puedan descubrirse en un futuro en Almadén convierten esta zona en la más rica en mercurio del mundo.”

Tarjeta postal recordando a comunistas rumanos caídos en España
Pero no sólo los imperialistas alemanes e italianos estaban interesados en las riquezas de España. El mes de abril, a la vez que daban comienzo las acciones militares en aquellos sectores, se celebraron negociaciones entre trusts ingleses y el trust alemán “I.G. Farbenindustrie” para repartirse los beneficios de las minas de cobre de Río Tinto, que se encontraban en territorio ocupado por los franquistas. Alemania se reservó, tras la conclusión del acuerdo, la parte del león: el 60% de la producción.

Aquel mismo mes, en la revista “Deutsche Volkswirt”, del doctor Schacht, se podía leer que “la ofensiva contra la ciudad de Bilbao es seguida con la mayor atención en Londres y Berlín”. Estaban en juego a partir de aquella fecha las riquezas minerales del País Vasco. Traicionando los intereses del pueblo español, Franco puso a disposición de los imperialistas –que le apoyaron abiertamente o de tapadillo- las riquezas de España.

Las fuerzas honradas, patrióticas, estaban resueltas, no obstante, a echar por tierra los planes franquistas. La ofensiva emprendida por Franco contra la zona minera del sur chocó desde un principio con la tenaz resistencia de los mineros de Linares. La intervención ulterior de los ejércitos republicanos, entre los que luchaba también una brigada internacional, la XIII, provocó el aplastamiento de la ofensiva fascista. Los fascistas, que se encontraban el 1 de abril a 3 km. de Pozoblanco, se vieron obligados a retirarse varias decenas de kilómetros de la ciudad. El importante centro minero y metalúrgico de Peñarroya se encontraba al alcance de los cañones de la artillería republicana.

Pozoblanco y Almadén estaban fuera de peligro. La presión republicana sobre el centro industrial de Peñarroya obligó a los fascistas a reforzar la defensa de la localidad con tropas de otros frentes; la importante vía férrea Sevilla-Salamanca permanecía indefensa.

La contraofensiva victoriosa de Pozoblanco fue una nueva confirmación de la combatividad del ejército republicano, de su capacidad ofensiva. El sector de Pozoblanco fue aún durante un mes el teatro de una guerra de posiciones. Allí estuvieron también, a partir del otoño de ese mismo año, los voluntarios del grupo rumano de artilleros del batallón balcánico.

En el libro de Luigi Longo “Las Brigadas Internacionales en España” se menciona esta presencia de los voluntarios rumanos en el frente del sur. Al hablar de la organización de los dos grupos del 155[5] que el mando general había destinado al frente de Extremadura, dice: “En el marco de aquellas unidades de artillería existió un grupo de artilleros rumanos que llevaba el nombre de “Gheorghiu-Dej”[6]. En aquel frente luchó el batallón rumano, tras su breve participación en la batalla de Brunete (julio de 1937), hasta la fecha de la retirada de los voluntarios internacionales de los frentes de España.

Las acciones militares en que tomó parte el grupo de rumanos, así como las otras unidades que se encontraban en aquel frente, no tuvieron, por lo general, la amplitud de las que se desarrollaron hacia finales del año 1937 o a lo largo del año 1938 en Aragón y Cataluña. Acciones más importantes tuvieron lugar en aquel sector en la segunda mitad del año 1938.

Se podría pensar que, en semejante condiciones, la vida de los combatientes del sur era más cómoda que la de los de otros frentes. Pero las cosas no eran así. La vida continuada en las trincheras, inherente a una guerra de posiciones, era una completa tortura. Durante meses y meses, los hombres tenían frente a sus ojos el mismo paisaje invariable: una tierra de nadie abrasada por el sol, batida por el viento, sin una gota de agua. En decenas de kilómetros a la redonda no se veía ni un asentamiento humano. Tampoco se concedían permisos, por cortos que fueran, porque había pocas tropas en el frente y no existían reservas.

Para los artilleros la situación era, si cabe, más grave. Eran tan pocos que cada unidad debía cubrir decenas de kilómetros de frente. Y el armamento con que estaba pertrechada la artillería, viejo e inadecuado para sus necesidades, añadía nuevas dificultades a los artilleros.

En semejantes condiciones un gran peligro acechaba a los hombres. Si en el fragor de las grandes batallas las carencias pasan casi desapercibidas, el ánimo combativo aumenta y el heroísmo alcanza proporciones colosales, una guerra de posiciones, de desgaste, provoca el peligro de que la moral de los combatientes decaiga. En tales circunstancias, más que nunca, se hace necesario el desarrollo de un trabajo político activo que mantenga la combatividad de los soldados a un nivel alto.

La moral elevada de que dieron muestras nuestros voluntarios es digna de mención. La actividad llevada a cabo por el comisario político Popov, un viejo militante del Partido Comunista de Bulgaria, y muchos comunistas rumanos templados por nuestro partido en los duros años de la ilegalidad, que luchaban en el seno del grupo, se dejó notar intensamente.

La primera acción en que participó el grupo de artilleros rumanos tuvo lugar en las cercanías de la localidad de Hinojosa del Duque. Dicha acción tenía como objetivo ocupar la carretera que conducía a Badajoz. Nuestros artilleros permanecieron bastante tiempo en este sector. La posición quedó consolidada.

A la artillería le correspondió, en especial, la misión de mantener bajo el fuego las posiciones enemigas de los alrededores de las minas y del centro metalúrgico de Peñarroya. Para impedir su explotación, se le encomendó la tarea de enfrentarse en intensos y violentos duelos artilleros con las baterías fascistas. Las tropas republicanas de aquel frente estaban armadas de manera muy deficiente. Los españoles disponían de fusiles y granadas pero tenían muy pocas armas automáticas y apenas unas pocas ametralladoras. En esas condiciones, se solicitaba con mucha frecuencia la intervención de la artillería. La inferioridad cuantitativa de la artillería republicana frente a la fascista quedaba compensada con su movilidad y la valentía de los artilleros. Las baterías no permanecían mucho tiempo en el mismo lugar. Una vez terminada la preparación de un ataque tras el fuego artillero, se desplazaban de inmediato a otra parte para ayudar a la defensa de un sector amenazado.

Como los demás artilleros del ejército republicano, los voluntarios rumanos de este sector destacaron por su capacidad de combate y por la valentía y denuedo con que lucharon. Tan pronto como se ordenaba el cambio de posición, los conductores del grupo (Dumitriu Maxim, Ion Mutulescu, Ion Ionescu, Zoltan Simion y otros) cargaban el armamento y las municiones y se dirigían de inmediato al lugar indicado. Y no era tarea fácil porque los caminos eran accidentados y la aviación enemiga muy activa.

En cada nueva ubicación, el batallón debía recomenzar desde el principio todos los preparativos: emplazar y proteger las piezas, ajustar el tiro, instalar el punto de observación y las líneas telefónicas: los voluntarios Gheorghe Popa, Petre Răduț, Traian Antonescu, Petre Mihăileanu, Ionel Munteanu y los demás no daban abasto de trabajo. Se trataba de operaciones delicadas, que requerían grandes esfuerzos, pero que los voluntarios rumanos realizaban con gran celo, pues sabían que la infantería se sentía más segura, más fuerte, cuando contaba con el apoyo de la artillería.

La prontitud con que la artillería respondía cada vez que se solicitaba su intervención hizo que fraguaran relaciones estrechas entre los españoles y los brigadistas internacionales. La ayuda que, a su vez, daban los españoles a los voluntarios era de un enorme valor. Gracias a esta ayuda salvaron la vida los voluntarios en una circunstancia de grave amenaza.

Informados por un traidor infiltrado en las filas de las tropas republicanas sobre las coordenadas de las unidades gubernamentales, los fascistas desencadenaron un violento bombardeo que golpeó de lleno las posiciones de dichas unidades. El número de víctimas habría sido enorme si, previamente, los combatientes antifascistas, con ayuda de los mineros españoles, no hubieran construido allí unos excelentes refugios.

El otoño del año 1937 pilló a nuestros artilleros en las proximidades de Azuaga. Allí participaron con la XIII brigada internacional en una acción de diversión para atraer a las tropas fascistas del frente de Levante. Los combates se desarrollaron en condiciones duras para los republicanos puesto que sus posiciones se encontraban entre dos frentes: el de Andalucía y el de Extremadura. Gracias a la capacidad de combate de que, no obstante, dieron muestras y a su sangre fría y heroísmo, las tropas republicanas, apoyadas por la artillería, lograron ocupar varias posiciones enemigas y retrasar el avance de los fascistas, que pretendían acercarse a Almadén.

Algo más tarde, los artilleros del batallón balcánico, entre los que se encontraban los artilleros rumanos, fueron enviados a Talavera de la Reina, cerca de Madrid, donde tomaron parte en una nueva acción de diversión destinada a atraer a los fascistas hacia aquel frente.

En Extremadura se encontraban en la segunda mitad del año 1937 también los voluntarios rumanos del batallón “Diacovici” de la brigada 129. Fueron enviados a los alrededores de Almadén, donde la compañía 4 de ametralladoras estaba en permanente situación de combate, con la misión de luchar contra la aviación enemiga. En aquel frente no había baterías antiaéreas lo que les obligaba a plantar cara a los frecuentísimos ataques de la aviación con sus ametralladoras “Maxim”, que tenían un alcance bastante largo. Hostigados de continuo, cansados, comiendo rarísima vez hasta saciarse, los combatientes tuvieron además que soportar un clima extremado.


LOS TRABAJADORES TIENEN EN TODAS PARTES LOS MISMOS ENEMIGOS

En aquellas condiciones, los momentos de relajación, por insignificantes que fueran, se le quedaban a uno hondamente grabados en la memoria.

Las noches, puesto que sólo por las noches, a veces, había algo de tranquilidad, venían los soldados de infantería españoles a intercambiar unas palabras con nuestros brigadistas. El cigarro, la charla alrededor de un fuego sobre los acontecimientos del día… Luego un español ponía el arma a un lado y sacaba una guitarra… Sonaban los primeros acordes y los demás ya estaban bailando una jota, un baile vivo de la montaña, de origen aragonés, según parece. Aunque existían innumerables variantes de dicho baile: la jota montañesa, típica de los Pirineos, la jota valenciana, de la zona del litoral, y otras. Por lo general, los españoles son alegres: un momento de descanso, unos pocos sones de guitarra y brotan las canciones, el baile, las risas.
Los rumanos los querían como a hermanos. Les contaban cosas de nuestro país, de la lucha de nuestro proletariado...

-Pues, hijos míos, cuando me acuerdo de aquellos días de lucha… empezaba a contarles Nicolae Roşu en su español mezclado con palabras rumanas sobre los días inolvidables en que los ferroviarios de Grivița organizaron la gran huelga o sobre otras acciones revolucionarias de las masas trabajadoras de nuestro país. Sí, decían entonces los soldados españoles, también en nuestro país el terrateniente y el patrón y el guardia civil son una plaga. “Naturalmente, porque los trabajadores tienen en todas partes los mismos enemigos”, les respondía el comunista rumano…

***
   
En su intento de ocupar Almadén a cualquier precio, los fascistas desencadenaron en julio de 1938 una poderosa ofensiva. Rompieron el frente republicano, ocuparon Castuera y se quedaron a 25 km. del objetivo que perseguían que, sin embargo, no pudieron alcanzar gracias a la resistencia opuesta por los republicanos.

La batería de que formaba parte el grupo de artilleros rumanos fue sorprendida por el avance fascista en campo abierto. Se trataba de una amplia llanura, rodeada por una hilera de colinas, una especie de hondonada. La única posibilidad de retirada era un paso que se encontraba tras la batería, a unos 7 km. A nuestra izquierda, a una distancia de 2 km., la batería checa, pillada por sorpresa, resultó destruida. La infantería se había retirado. El enemigo avanzaba con tanques, tanquetas, camiones. La situación parecía desesperada. Y sin embargo, los artilleros no perdieron la calma. A toda prisa se tomó la decisión: “Abrir fuego directamente sobre los fascistas para detener su avance y tratar de retirarse. Si no lo conseguimos, venderemos cara nuestra piel.”

Comenzó un fuego violento. El enemigo, sorprendido, vaciló un momento… De repente, debido a los disparos, empezó a arder el prado de alrededor. Rodeados por las llamas, los artilleros continuaron disparando mientras trataban al mismo tiempo de apagar el incendio con mantas y capotes, y preservar así los cañones y la munición.

En aquellas condiciones, consiguieron, no obstante, contener al enemigo hasta la llegada de tropas españolas que, llegadas en ayuda de nuestra batería, le aseguraron la retirada por la hoz de que ya he hablado.

Hacia finales del mes de agosto, el mando republicano emprendió una contraofensiva en Extremadura, frente a Almadén. Los fascistas fueron rechazados hacia el oeste.

En aquella contraofensiva, el apoyo prestado por la artillería fue muy apreciado: la unidad de la que formaban parte los artilleros rumanos fue mencionada en el orden del día. El alcance del esfuerzo realizado por los artilleros se puede entender mejor si pensamos que su armamento se componía de cañones con un peso de 7 toneladas, sin retroceso, cuyo manejo y servicio exigía una actividad extenuante. Con semejantes cañones, que ya en la I Guerra Mundial estaban anticuados, nuestros artilleros lograron efectuar dos disparos por minuto y, gracias a su disciplina y entrega, cumplieron con la misión que se les había encomendado.

Ésta fue la última acción en que participaron los artilleros rumanos en el frente de Extremadura. Desde allí partieron, a lo largo del mes de septiembre, cuando se produjo la retirada de los voluntarios internacionales de los frentes de España, a Valencia. De la actividad que desarrollaron en el tiempo que aún permanecieron en España hablaremos en otro capítulo.

Entre los voluntarios rumanos que integraron aquel grupo, casi la mitad perecieron en alguno de los distintos frentes de la lucha contra el fascismo, puesto que la guerra de España no constituyó más que el comienzo de la lucha con las armas en la mano contra aquel enemigo feroz de la humanidad. Los que lograron salir con vida de aquella primera batalla contra el enemigo se volvieron a enfrentar a él, más tarde, en los territorios invadidos de Francia, la Unión Soviética o de otros países.


[1] “Je ne puis m’empêcher de trouver l’Escurial le plus ennuyeux et le plus maussade monument que puissent rêver, pour la mortification de leurs semblables, un moine morose et un tyran soupçonneux. Je sais bien que l’Escurial avait une destination austère et religieuse, mais la gravité n’est pas la sécheresse, la mélancolie n’est pas le marasme, le recueillement n’est pas l’ennui, et la beauté des formes peut toujours se marier heureusement à l’élévation de l’idée.” Voyage en Espagne, Gautier, T. Charpentier, Libraire-Éditeur, 1845, pág. 140. [N. de los t.]
[2] Carta de 22 de marzo de 1863 de Giuseppe Verdi al conde Opprandino Arrivabene. [N de los t.]
[3] En rumano en el original [N. de los t.]
[4] En el Noroeste de Rumanía. [N. de los t.]
[5] Se trata de la 155 Brigada Mixta del Ejército Republicano [N. de los t.]
[6] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]