vineri, 28 martie 2014

Bajo el cielo de España: Capítulo V (5ª Parte). Sobre la participación rumana en las Brigadas Internacionales

Continuamos con la publicación de la traducción del libro del comunista rumano Walter Roman, en el que cuenta sus experiencias en de la Guerra Civil Española en las filas de las Brigadas Internacionales.

Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:



COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)


Cuando, muchos años más tarde, en 1967, visité la casa memorial de Hemingway, situada en una colina cercana a La Habana, me acordé de aquel encuentro que, por lo demás, siempre había permanecido vivo en mi memoria.

Furgoneta "tomada a la canalla fascista" en  la batalla de Guadalajara
Llegué a media tarde, sobre las seis, y la casa memorial ya estaba cerrada. Al día siguiente me iba de Cuba.
Quería visitarla a toda costa. Los lugareños me remitieron al vigilante. Ni mi insistencia ni mis explicaciones de que venía de lejos y me iba al día siguiente sirvieron de nada.

La idea salvadora llegó de Stamate, el corresponsal de “Scînteia”  en La Habana, que me sugirió que dijera que había conocido a Hemingway en España.

Y así fue: tales palabras obraron el milagro. El guía había sido amigo íntimo de Hemingway. Pude visitar con calma y sin premura la casa. El “precio” que hube de pagar fue, no obstante, la evocación de mi encuentro con Hemingway.

Allí pude penetrar mejor el alma, la personalidad de Hemingway. Me senté a su mesa de trabajo en la torre, construida por su mujer, adonde se retiraba para escribir con calma y desde la que podía abarcar con la mirada el horizonte del mar Caribe. Allí había escrito “El viejo y el mar”.

Vi la biblioteca, la colección de trofeos de caza de África y otros muchos recuerdos. Visité la habitación donde, cada mes, durante un tiempo, se instalaba su gran amigo, el torero español Dominguín, sin el que Hemingway no se sentía bien.

Fueron unos instantes inolvidables. Me fui de la casa memorial con el sentimiento de que, en alguna parte, en algún momento, me volvería a “encontrar” con Hemingway.

Y ese momento llegó muy pronto. Mucho antes de lo que podía sospechar.

***

Tras abandonar Cuba, camino de Rumanía, dando cumplimiento a una llamada interior, me detuve en Madrid y empleé los dos días de estancia que me concedieron las autoridades franquistas en volver a ver los lugares memorables, sagrados para lo que habíamos participado en la defensa de la capital española entre 1936 y 1937.

En la Sierra del Guadarrama, al llegar al monumento del Valle de los Caídos –sobre el que difícilmente se pueden emitir juicios de valor, conociendo el motivo que determinó su construcción, los medios que se emplearon para levantar aquel obelisco imponente y, en especial, el objetivo perseguido por Franco al erigirlo-, mi acompañante (de quien hablaré en otro momento), empleado de una empresa turística española, que sabía que yo era de Rumanía y que, como pude darme cuenta más tarde, sospechaba que había luchado en las Brigadas Internacionales, llamó mi atención sobre una casa que se veía en el valle, entre los montes, de la que dijo que “allí había vivido durante la guerra civil el gran escritor americano Ernest Hemingway”.

Al oír sus explicaciones y comentarios referidos a la guerra, grande fue mi asombro y, al mismo tiempo, mi alegría, al comprobar que la llama que había iluminado nuestro camino durante la conflagración no se había apagado.


LOS FASCISTAS ITALIANOS, PUESTOS EN FUGA EN GUADALAJARA

No se habían extinguido aún los ecos de los combates del Jarama cuando el mando franquista, que en todo momento trataba de obtener un éxito de prestigio, se preparaba ya para golpear de nuevo. De hecho, también los fascistas italianos, envalentonados tras haber logrado conquistar Málaga, querían aprovechar el agotamiento de las tropas republicanas para conseguir una nueva victoria. Desde ese momento contaban con un éxito decisivo: estaban determinados a dar el golpe que decidiera la suerte de la guerra.

Mussolini aprovechó de lleno la hipocresía de la política de “no intervención”, practicada por los gobiernos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, para enviar abiertamente a los rebeldes españoles aviones con sus correspondientes pilotos, unidades militares al completo y divisiones bajo el mando y bandera italianos, muestra innegable de la brutal intervención del fascismo italiano en España. Ya desde el ataque contra la ciudad de Málaga se habían creado brigadas mixtas italo-españolas: los “Flechas Azules” y los “Flechas Negras”. Ahora, en previsión de la nueva ofensiva que se proyectaba, se había organizado todo un cuerpo expedicionario italiano con divisiones únicamente italianas y unidades mixtas, con bases y servicios completamente autónomos, un auténtico ejército invasor.

La nueva ofensiva también tenía como objetivo la conquista de Madrid. La dirección del ataque era la carretera nacional que iba de Sigüenza a Guadalajara, Alcalá de Henares y Madrid. Al mismo tiempo preveía retomar las operaciones del Jarama, siempre en dirección a Guadalajara, persiguiendo el cerco completo de la capital.

El mando de la ofensiva en el frente de Guadalajara se lo había confiado Franco al general italiano Manzini. Éste disponía de grandes recursos materiales y humanos. Cuatro divisiones regulares italianas estaban preparadas para tomar parte en la ofensiva del frente de Guadalajara: “Dio lo vuolo” , “Fiamme nere” , “Penne nere”  y “Littorio”. También fueron desplazadas a ese frente las dos brigadas mixtas italo-españolas que habían luchado en el sur. Un mando de secciones especializado tenía a sus órdenes los numerosos blindados, piezas antitanque, lanzallamas, etc., que iban a entrar en acción en dicho frente; los regimientos de artillería y los de ingenieros tenían mandos diferentes.

En total, los fascistas italianos concentraron en el frente de Guadalajara 50.000 hombres, 222 cañones, 140 tanques y blindados, 90 aviones, 4.500 camiones, etc.

Además de todo esto, para evitar cualquier sorpresa estaban igualmente preparadas para entrar en combate otras fuerzas: la Legión “Cóndor” había asumido la misión de desbaratar, en caso de necesidad, el contraataque republicano, y la división franquista “Soria”, de defender el flanco derecho.

A aquellas fuerzas numerosas, perfectamente equipadas y de refresco habían de hacer frente unas tropas republicanas mermadas en número, con una instrucción deficiente y carentes de reservas inmediatas, en cuyo apoyo  sólo se podían enviar unidades que se encontraban en los sectores de Madrid, las mismas tropas que habían  combatido en las batallas anteriores y que aún no habían logrado recuperarse de las pérdidas y de los extenuantes esfuerzos realizados.  

La relación de fuerzas era netamente favorable a los fascistas. Sus puestos de radio habían empezado a anunciar igualmente a la población de Madrid: “Las tropas del ejército nacional (o, para llamar a las cosas por su nombre, las tropas del cuerpo expedicionario italiano) llegarán pronto a vuestras casas”.

Los ojos de la humanidad toda estaban clavados en España. La batalla que iba a tener lugar daría repuesta a una pregunta que inquietaba a muchos: ¿qué había creado desde el punto de vista militar el fascismo italiano? El vergonzoso fracaso sufrido por las tropas italianas en Guadalajara demostró a toda la humanidad la bancarrota del fascismo italiano también desde una óptica militar.

Artilleros rumanos en 1937.
En el centro, Nicolae Cristea, a la derecha Valter Roman
"Voluntarios rumanos en España 1936-1939: Recuerdos y documentos"
La batalla de Guadalajara, que debía concluir con la victoria de Mussolini, terminó convirtiéndose en una sonora victoria del joven ejército republicano español. Se demostró una vez más el papel decisivo desempeñado por el factor moral en la guerra. Las tropas republicanas, dirigidas en su mayor parte por los comunistas, aunque muy inferiores en número y en la dotación de armamento moderno, vencieron gracias a su superioridad moral.

El ataque fascista comenzó en la mañana del día 8 de marzo, en dos direcciones: Mirabueno y Las Inviernas. Las débiles fuerzas republicanas que se encontraban allí opusieron una resistencia encarnizada, contuvieron al enemigo, aunque no pudieron hacer frente demasiado tiempo a la intensidad de su presión.

Ebrios de los primeros éxitos, el mando de las legiones fascistas anunció en una orden del día las etapas y pasos en que se iba a desplegar su acción: “Mañana, en Guadalajara; pasado mañana,  en Alcalá de Henares; y en dos días, en Madrid.”

Sólo que las fuerzas republicanas no parecieron dejarse impresionar por los planes del enemigo. El mando republicano concentró sus mejores unidades con la intención de rechazar el ataque. Los refuerzos republicanos salieron a toda prisa al encuentro del enemigo que avanzaba. Eran las propias tropas de Madrid y del Jarama las que venían en su ayuda. Se pusieron en marcha, de inmediato y al mismo tiempo, las unidades españolas de Líster, Mera, Galán, del joven comunista italiano Nannetti, la XI brigada internacional, seguida de la XII brigada, batallón tras batallón. “Las dos brigadas internacionales –indica Longo en su libro- estaban acompañadas de sus grupos de artillería. La XI brigada internacional, del batallón rumano de artillería.”

En la noche del 9 al 10 de marzo, las tropas republicanas se retiraron de Cajanejos y Brihuega. Los fascistas seguían avanzando pero se toparon con la línea de resistencia, cada vez más poderosa, organizada por los republicanos. A lo largo de toda la jornada del 10 de marzo, las XI y XII brigadas internacionales lucharon con el enemigo desde ambos lados de los dos caminos que conducían a Torija. “Las fuerzas de artillería concentradas en este frente (Guadalajara) –cuenta Luigi Longo- quedaron al mando del joven comandante rumano del batallón rumano de artillería.”

La situación de las fuerzas republicanas era bastante difícil. Las unidades fascistas penetraron el dispositivo republicano como la hoja de un cuchillo cuya punta llegó a Trijueque, el filo pasó por Palacio de Ibarra y se quedó clavado ante la localidad de Brihuega. Si los fascistas hubieran dado muestras de mayor iniciativa y audacia, si hubieran reflexionado sobre cuál era la situación real, las fuerzas republicanas se habrían visto en grave peligro.

Pero, a pesar de los resultados obtenidos, los fascistas italianos estaban desmoralizados. En contra de lo que se esperaban, los republicanos oponían una encarnizada resistencia y contraatacaban con extraordinaria energía. Las pérdidas de los fascistas eran importantes. Destacaba el ímpetu combativo de los voluntarios antifascistas italianos del batallón “Garibaldi”. Entre las filas de los fascistas se hicieron numerosos prisioneros. La mayoría se entregaban, no obstante, voluntariamente. Se pasaban con armas y bagajes al lado republicano que, con ayuda de megafonía, empleó una propaganda activa y convincente dirigida a los legionarios italianos, en su mayoría enviados a España contra su voluntad.  

Aprovechando el desaliento que cundía en las filas enemigas, el mando republicano decidió contraatacar el dispositivo fascista frontalmente y por el flanco con el objetivo de reconquistar Trijueque y Palacio de Ibarra. La primera acción se confió a la XI división española, que atacó Trijueque con batallones españoles y con los de la XI brigada internacional. El ataque tuvo lugar el día 13 de marzo y ese mismo día las fuerzas republicanas, que realizaron prodigios de heroísmo, se adueñaron de la localidad. El enemigo, puesto en fuga, dejó en manos de nuestras fuerzas grandes cantidades de armas y munición.

Subrayando el ardor con que lucharon los voluntarios de las diferentes unidades internacionales, Luigi Longo puso de relieve la participación en aquella acción de una de “las baterías del grupo de artillería rumano que tenía bajo su vigilancia la carretera Madrid-Zaragoza, carretera en que se sitúa Trijueque.”

El 14 de marzo, el batallón “Garibaldi” atacó Palacio de Ibarra y, luchando con insuperable valentía, expulsó a los fascistas de la localidad.

Los éxitos obtenidos por los republicanos y la desmoralización del campo fascista determinaron que el mando republicano decidiera lanzar una gran contraofensiva. Las tropas republicanas entraron en acción el 18 de marzo al rayar el alba. De los brigadistas internacionales sólo tomaron parte en el ataque las XI y XII brigadas internacionales, junto con algunas unidades internacionales de artillería, entre las que se encontraba el grupo rumano de artillería y el batallón “Skoda”. El plan de ataque preveía 40 minutos de fuego intenso de artillería, 20 minutos de bombardeo de la aviación republicana sobre las líneas enemigas y, acto seguido, el avance de los tanques y la infantería.

Todo a lo largo del frente los fascistas huían, huían, huían. Los habían puesto en fuga los republicanos españoles, los habían puesto en fuga los voluntarios de las Brigadas Internacionales, armados con fusiles y ametralladoras de otro tiempo, con cañones que parecían de museo, pero con el entusiasmo que les proporcionaba el ideal por que luchaban. Los legionarios se desprendieron, igualmente, de sus excelentes vehículos, abandonaron sus espléndidos cañones, sus maravillosos tanques, arrojaron sus mochilas y petates para poder huir lo más rápido posible. “Ese día –señala Simone Téry en su “La Puerta del Sol”- a pesar de la no intervención, los republicanos españoles recibieron a domicilio todas las armas que la neutralidad de los países democráticos les había impedido obtener.”

“En el mes de marzo –se indica en la “Historia del Partido Comunista de España”- las fuerzas republicanas, que habían detenido a los fascistas en el Jarama, después de una sangrienta y larga batalla, infligieron una completa derrota al Cuerpo expedicionario italiano, que mandaba el general Bergonzoli, en la batalla de Guadalajara, uno de los más importantes hechos de armas de la guerra. Y a ese señalado triunfo siguieron otros logrados por los soldados de la República en el Frente Sur, en el sector de Pozoblanco.

Esas victorias, especialmente la de Guadalajara, demostraban la potencia y eficacia que ya había alcanzado el Ejército Popular, sobre todo en el Centro, donde había sido cimentado sólidamente sobre los principios de organización, de disciplina y mando único por los que tan tesoneramente abogaba el Partido Comunista.”

La batalla de Guadalajara representó para los voluntarios rumanos en España, así como para el resto de combatientes internacionales, una nueva oportunidad de poder mostrar su enorme apego a la causa de la libertad.

El batallón rumano de artillería se encontraba aún en las posiciones del Jarama cuando le llegó la noticia del comienzo de una nueva y poderosa ofensiva de los fascistas sobre Madrid así como la orden de desplazarse urgentemente al frente de Guadalajara.

Tras la conclusión victoriosa del contraataque republicano en el Jarama, los batallones de las XI y XII brigadas fueron enviados de inmediato a descansar por los pueblos de los alrededores y se les reemplazó con tropas españolas. Sin embargo, la artillería, al ser poco numerosa, no se benefició más que de brevísimo reposo antes de las nuevas batallas en que hubo de tomar parte. En realidad, durante toda la guerra, el grupo rumano de artillería, al igual que otras unidades que pertenecían a la misma arma, fue retirado siempre de una posición y trasladado al punto a otra, allí donde lo exigían las circunstancias, allí donde los combates eran más encarnizados.

En el transcurso del día 9 de marzo, Hans Kahle, comandante de la XI brigada, transmitió al batallón rumano la orden de ponerse de inmediato a disposición del mando republicano del frente de Guadalajara.

En la noche del 9 al 10 de marzo, el grupo rumano de artillería llegó a Torija, donde se encontraba el estado mayor de la XI brigada. El grupo se quedó a la salida de dicho pueblecito, en la carretera Guadalajara-Zaragoza. La situación era extremadamente grave. Las fuerzas fascistas presionaban con gran intensidad sobre el frente republicano, en realidad una endeble línea de defensores en la que, incluso a lo largo de kilómetros y kilómetros, no había ningún tipo de tropas.

Inmediatamente después de la llegada del batallón, el comandante de la XI brigada, Hans, nos indicó la primera tarea que le correspondía al grupo rumano de artillería: crear una poderosa cortina de fuego para detener a las tropas fascistas italianas en su eje principal de avance: la carretera Zaragoza-Madrid, donde la presión del enemigo era en aquel momento más intensa.

El grupo rumano de artillería, compuesto de dos baterías de cañones de 75 y 115 mm., tomó posiciones en pleno día (¡algo sumamente peligroso!, pero no cabía otra alternativa) en el kilómetro 75 de la carretera Madrid-Zaragoza, a un kilómetro al noreste de Torija.

Desde un punto de mando instalado en el socavón producido por una bomba, junto con Hans Kahle, A. I. Rodimtsev, consejero soviético de una unidad española enviada como apoyo de las operaciones, y Ernesto Ferrara, comandante de un pelotón de tanques, seguíamos con prismáticos los movimientos del enemigo: observamos a la artillería italiana en su emplazamiento al noreste del kilómetro 82, vimos los batallones en marcha, dispuestos en posición de combate por compañías, observamos a lo lejos la aparición de tanques que se dirigían a toda velocidad en dirección de ataque. Era evidente que el adversario lanzaba al combate fuerzas importantes. Kahle dio órdenes a los batallones de estar preparados para responder al ataque. El fuego del grupo de artillería, dirigido a lo largo de la carretera, hizo que el avance de las tropas fascistas se ralentizara. El enemigo consiguió, no obstante, ocupar el pueblo de Trijueque. Entre tanto, las fuerzas republicanas, bien organizadas y con apoyo intenso de la artillería, lograron detener el avance de las tropas fascistas. El frente se estabilizó.

En aquellas operaciones de estabilización del frente, el batallón rumano de artillería colaboró estrechamente con los batallones españoles “Apoyo” y “Pasionaria”, así como con los dos batallones de la XI brigada internacional, “Comuna de París” y “Edgar André”.

El día 13 de marzo tuvo lugar un acontecimiento de extraordinaria importancia en la suerte de la batalla del frente de Guadalajara. Percatado de que las fuerzas fascistas italianas no eran realmente “invencibles”, como había proclamado la propaganda fascista, el mando republicano tomó la decisión de contraatacar el dispositivo enemigo con la intención de reconquistar Trijueque.

Oficiales de la Brigada XI participando en la fiesta organizada por el
regimiento rumano de artilleria tras la victoria de Guadalajara.
 "Voluntarios rumanos en España 1936-1939: Recuerdos y documentos".
La tarde del día 13 de marzo, dos batallones españoles, “Apoyo” y “Pasionaria”, junto con los batallones de la XI brigada internacional se lanzaron al asalto del pueblo de Trijueque. Gracias a una perfecta colaboración entre las unidades de infantería y artillería de aquel frente –entre las que figuraba el grupo rumano de artillería, cuya posición era la más favorable para apoyar la operación- quedó asegurado el éxito completo de aquella acción. Todos los cañones del batallón rumano de artillería bombardearon intensamente el pueblo de Trijueque; en el momento en que la guarnición italiana, presa de pánico, salió huyendo del pueblo y la infantería republicana pasó al ataque, el fuego de nuestra artillería batió la carretera por donde se retiraban los fascistas italianos, provocándoles grandes pérdidas.

¡Qué de cosas dejaron tras de sí los legionarios de Mussolini en su desbandada: la carretera estaba atestada de tractores “Fiat” empleados para remolcar los cañones, de camiones “Lancia”, de coches, de cientos de cartucheras, bolsas llenas de conservas, galletas, chocolate! ¡No luchaban como los soldados republicanos, cuya alimentación era cada vez más deficiente y para quienes unos pocos garbanzos preparados en un aceite de oliva rancio habían llegado a ser una exquisitez!

Entre los soldados republicanos, españoles e internacionales, de aquel sector del frente el entusiasmo era indescriptible: habían contribuido al primer éxito del ejército republicano sobre las tan elogiadas tropas del fascismo italiano.

Comenzamos, un grupo de oficiales, a registrar las posiciones que habían ocupado los fascistas italianos. Al borde de la carretera se observaban, de trecho en trecho, unas casitas rectangulares de piedra. Eran –según nos explicó un combatiente español- las casitas de los peones camineros, habitadas esporádicamente, cuando se trabajaba en el tramo de carretera correspondiente. Entramos en una de ellas. Tenía un hogar y literas, y podía servir de refugio cuando hacía mal tiempo. Vimos que había sido utilizada hasta entonces una o dos veces por los soldados de Mussolini que habían huido dejando allí todos sus pertrechos y, como para que no cupiera ninguna duda sobre el origen de sus últimos inquilinos, sus fiambreras con macarrones. No les había dado tiempo a terminar de comer. Un poco más allá nos encontramos con un montón de tiendas de campaña nuevecitas… Bien les iban a venir a nuestros muchachos que habían dormido muchas noches a cielo raso.

Por la tarde de aquel mismo día, Modesto, el general Lukáks, comandante de la XII brigada, y Hans Kahle, comandante de la XI brigada internacional, pasaron por  las diferentes unidades para felicitarlas por el éxito obtenido y se detuvieron también al llegar a nuestro batallón.

Modesto, más joven y más expansivo, nos abrazó a algunos. Se inició una charla animada. Se hablaba en muchas lenguas. Nosotros hablábamos en español, lo que le sorprendió gratamente.

-Veo que los rumanos habláis bien el español, en todo caso mejor que el resto de los camaradas de los otros países. Enhorabuena también por ello. Pero, decidme, ¿cómo es posible?

Se produjo un intercambio vivo de opiniones en el que cada cual invocó distintos episodios de un pasado lejano que explicaban la semejanza de las dos lenguas. Nosotros recordamos a Trajano.

-Pero Trajano  fue español, si no me equivoco –respondió con buen humor Modesto-. La lengua española es la más bella de todas las lenguas latinas. No en vano se dice que el inglés se debe emplear para dirigirse a los gansos, el alemán, a los soldados, el italiano, a las señoras, el francés, a los diplomáticos, y el español, a los dioses. No he sido yo quien ha inventado el dicho –nos dijo como disculpándose- así que no os lo toméis a mal; a todo el mundo le parece su lengua materna la más hermosa.

***
 

   NOTAS
       
  1.“La Chispa” en castellano, órgano central del Partido Comunista Rumano. [Nota de los t.]
  2.“Dios lo quiere”. [N. del A.]
  3.“Llamas negras”. [N. del A.]
  4.“Plumas negras”. [N. del A.]
  5. Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
  6. Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
  7. Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
  8. Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
  9. Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
  10. Traian, en rumano. [N. de los t.]

Bajo el cielo de España: Capítulo V (4ª Parte)

Continuamos con la publicación de la traducción del libro del comunista rumano Walter Roman, en el que cuenta sus vivencias de su participación en la Guerra Civil Española en las filas de las Brigadas Internacionales.

Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:



COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)

 ***
El día 16 de febrero, los fascistas desencadenaron el ataque por la mañana temprano mediante un terrible fuego de artillería. Sobre las líneas republicanas cayeron cientos de proyectiles. Estaba claro que el intenso cañoneo de la artillería fascista constituía el inicio de un nuevo ataque masivo.

El comandante de la XI brigada decidió instalar el puesto de mando del batallón en la primera línea de las tropas republicanas. Se trataba de una medida infrecuente, por lo general, puesto que el peligro de que la batería quedara sin dirección o, como se decía por entonces, quedara ciega, aumentaba considerablemente. No obstante, teniendo en cuenta la gravedad de la situación, se procedió de esa manera. Los observadores y los mandos de las baterías se instalaron en primera línea. Se abrió fuego intenso sobre las baterías enemigas con el objetivo de localizarlas y destruirlas. Para reducir la intensidad del ataque del enemigo, se extendió a toda la artillería republicana la orden de situar el mando artillero en la primera línea.

Brigadistas del Batallón Thaelmann
 La mañana del día 16 de febrero se caracterizó por un intenso duelo de artillería a lo largo del frente, en el que el batallón rumano dio todo de sí. Animando a sus camaradas al grito de “¡Venguemos a nuestros muertos de Grivița!” (era 16 de febrero, aniversario de la lucha de los ferroviarios de 1933), Nicolae Cristea no dejó de disparar durante horas contra las líneas enemigas.

Tanto de las observaciones propias de los artilleros como de las de los soldados de los batallones “Edgar André” y “Thälmann” se tuvo constancia de que las baterías del batallón rumano habían provocado pérdidas considerables al enemigo.

También en los días que siguieron, cuando los combates no tenían ya la misma intensidad, se mantuvo el grupo rumano en su puesto.

La participación del batallón rumano en la batalla del Jarama, batalla en que los soldados y oficiales de la primera unidad rumana no escatimaron esfuerzos, en que muchos ofrendaron su sangre, su vida, fue ponderada de manera considerable. En la orden del día del sector, dada el 26 de febrero de 1937, publicada en La Reconquista de 20 de octubre de 1938, se podía leer entre otras cosas: “El grupo rumano de artillería destruyó una batería enemiga, voló un depósito de municiones y provocó pérdidas en las posiciones enemigas, además de destruir nidos de ametralladoras, rampas de lanzamiento y cinco tanques, y de rechazar un poderoso ataque fascista mediante un bombardeo de precisión justo por delante de nuestras líneas”[1]. 

 El batallón rumano de artillería había recibido su bautizo de fuego.

Los artilleros rumanos estuvieron a la altura de la misión que se les había encomendado. Todos los soldados que tomaron parte en la batalla del frente del Jarama tuvieron noticia de la actuación del batallón, primera manifestación de su participación en la guerra de España.

***
Pero además de los voluntarios rumanos del grupo de artillería, también participaron en la batalla del Jarama otros voluntarios de nuestro país, encuadrados en diferentes unidades internacionales. Su comportamiento en el transcurso de los combates es igualmente digno de mención.
   
Tal como hemos indicado, en el seno de la XV brigada, en especial en el batallón “Dimitrov”, lucharon numerosos voluntarios rumanos llegados a España a finales del año 1936: Ioan Cristof, obrero metalúrgico de la Factorías Malaxa, Pavel Cristescu y otros entre los que se encontraban algunos llegados de América del Sur. Una vez integrados en la brigada de la que formaban parte, recibieron también ellos su bautizo de fuego en el frente del Jarama. La XV brigada ocupó una posición en un sector del frente de considerable importancia, perpendicular a la carretera que conducía de Morata de Tajuña a San Martín de la Vega. Por la izquierda estaba en contacto con las divisiones dirigidas por Líster y por la derecha con la XI brigada internacional.

Con la instrucción aún sin terminar, el batallón “Dimitrov” recibió en la noche del 6 al 7 de febrero la orden de montar en camiones y partir de las cercanías de Albacete, donde se encontraba, con dirección al frente del Jarama. La unidad se dirigió al pueblo de Morata de Tajuña, donde, prácticamente, el frente ya no existía, con la misión de cerrar la brecha que se había producido en aquel punto.

Un bosque interminable de olivos cubría la región. Entre los troncos de los árboles los hombres cavaban trincheras tratando de utilizar el más mínimo pliegue del terreno para defenderse de la artillería enemiga, que, desde posiciones favorables, disparaba sin descanso, durante horas, sin dejar un palmo de tierra sin batir, segando vidas tanto en las primeras líneas como en la retaguardia del frente. Allí cayó el primer día de combate, entre los rumanos, el voluntario Ioan Cristof, de 33 años de edad.

Ante los ataques de la artillería, los tanques, la infantería o la aviación enemigos, los luchadores de la XV brigada resistieron con denuedo y en el momento oportuno contraatacaron valientemente. Los actos de heroísmo, de sacrificio, realizados por los luchadores de la XV brigada provocaron la admiración de todo el mundo. El grupo de rumanos del batallón “Dimitrov” se sumó como uno más al entusiasmo general por la valentía y la tenacidad con que luchó. Estas cualidades se manifestaron en especial en las situaciones difíciles, extremadamente difíciles, a que hubieron de hacer frente en numerosas ocasiones en el curso de los combates los luchadores de la XV brigada.

En la XV brigada luchó también el estudiante rumano Emil Șneiberg, uno de los primeros voluntarios llegados a España desde Rumanía. Incorporado con el grado de sargento a las filas del ejército republicano español, se destacó al poco por su excepcional valentía. Cuando, en el transcurso de uno de los más duros combates del frente del Jarama cayó muerto el comandante del batallón “6 de febrero”, Șneiberg tomó el mando de la unidad. El día 22 de febrero, mientras dirigía un ataque del batallón, cayó, a su vez, muerto por una bala enemiga a los 24 años de edad.

También en la XV brigada, en el batallón “Lincoln”, lucharon y cayeron heroicamente dos voluntarios rumanos llegados de los Estados Unidos de América, consecuentes luchadores progresistas: Ștefan Cojereanu y Avram Avram, trabajadores ambos de la zona de Transilvania que se fueron de Rumanía unos 15 ó 20 años antes como emigrantes.

Entre los rumanos que lucharon en el batallón “Edgar André” de la XI brigada se encontraba también el minero Ilie Stoica, que había llegado a la España republicana desde Brasil, adonde le había llevado años atrás la lucha por un mendrugo de pan. Hombre de unos 46 ó 48 años, no vaciló en dejar a su mujer y sus hijos para irse a luchar contra el fascismo con las armas en la mano. En el seno del batallón, Stoica trataba con el cariño de un padre a sus compatriotas, en su mayoría hombres mucho más jóvenes.

Cierto día, uno de los jóvenes voluntarios rumanos fue enviado a una misión complicada de exploración y Stoica pidió permiso para acompañarle. Le preocupaba que al “potro” le pasara algo. De regreso a la unidad, una bala fascista atravesó el corazón del minero rumano. Y aquel hombre como un castillo se desplomó sin decir palabra. En el bolsillo del pecho su compatriota encontró una fotografía de su familia –su mujer, tres hijas y un muchacho-  y una carta por enviar dirigida a su mujer. De aquellas pocas líneas, escritas con la mano inhábil del hombre hecho al pico y no a la pluma, emanaba la férrea convicción del luchador antifascista rumano de que combatiendo en defensa de la República española luchaba por la libertad de su patria. “No te enojes conmigo por haberme ido –escribía Stoica a su mujer-, pero sentí que no podía hacer otra cosa. Una vez hayamos acabado aquí con el enemigo, las cosas cambiarán también en nuestro país y entonces podremos volver también nosotros a la casa de nuestros padres…”

En las cuatro brigadas internacionales que participaron junto a las unidades españolas en los duros combates del frente del Jarama contra los fascistas había voluntarios rumanos. El comandante de la compañía balcánica del batallón “Dombrovski”, de la XII brigada, era Nicolae Olaru. En esa misma compañía participó en los combates y cayó herido Mihai Burcă, uno de los pocos supervivientes de Montoro.

Desde el frente del Jarama, el ferroviario Burcă escribía a sus camaradas en Rumanía: “Estamos en el fuego del infierno. La muerte nos acecha a todos. Pero ninguno piensa en ella. Somos los enviados del movimiento revolucionario de Rumanía y a él queremos honrar. Queremos ser dignos de él. Os enviamos un saludo a los trabajadores ferroviarios. Que sepáis, camaradas, que no nos temblará el pulso ni un instante.”

En el frente del Jarama también lucharon numerosos rumanos en las baterías adscritas a la XII brigada o en el seno de otras unidades. En grupos pequeños o en formaciones más numerosas, los voluntarios rumanos que lucharon en el Jarama aportaron su grano de arena a la gran victoria conseguida por las tropas republicanas, ganándose gracias a su actitud la simpatía y el respeto de los demás combatientes por el pueblo que representaban. 

 COMO “ME HICE” JINETE    

Ocurrió en los intensos días de la batalla del Jarama.

Me encontraba en el puesto de mando de la XI brigada internacional, a cuyo frente se encontraba Hans, cuando las tropas franquistas, junto con las marroquíes, desencadenaron un ataque furibundo contra nuestras posiciones. El ataque estuvo acompañado de un fuego intenso de artillería y de un bombardeo aéreo corto pero masivo.

El ataque fue tan brutal que nuestras tropas, ya diezmadas y desfallecidas a causa de los continuos combates que se sucedían desde hacía varios días con sus noches, no resistieron al principio.

Hans y Ludwig Renn eran de la opinión de que nuestra artillería, es decir, el grupo “Ana Pauker”, debía intervenir de inmediato en apoyo de la infantería (de los batallones “Thälmann”, “Edgar André” y “Comuna de París”, que componían la brigada). En ese sentido recibí una orden precisa.
Artilleros rumanos en el Frente del Jarama (1937). En el centro, Nicolae Cristea

 Tras consultar a toda prisa los mapas militares y al objeto de entrar en acción lo antes posible, mi intención era transmitir las órdenes correspondientes por teléfono, directamente a nuestras baterías. Constaté, sin embargo, con gran consternación, que las comunicaciones telefónicas con las baterías estaban cortadas. Los fascistas habían conseguido destruir nuestra red de transmisiones. En la misma situación catastrófica se encontraban también las comunicaciones telefónicas con los puestos de observación de las baterías, desde donde, normalmente, se dirigía el fuego.

Informé de la situación y le solicité a Hans un medio de transporte rápido (coche o moto) para poderme dirigir de inmediato bien a las baterías, bien a los puntos de observación que, en ese momento, se encontraban en primera línea.

-Mira –me dijo Hans-, no tengo ningún medio de transporte. Todos han sido movilizados para enviar órdenes a los batallones. Sólo me ha quedado el caballo. Tómalo y vete rápido para llegar a tiempo.

Cuál no sería mi sorpresa ante esas palabras. Hans no podía sospechar que su comandante de artillería no supiera montar a caballo. Ni en la infancia ni más tarde tuve ocasión de aprender a montar, aunque me atraía mucho. Una vez me hube incorporado al movimiento, al partido, ya no pude pensar en cosas así. La ilegalidad, la cárcel, la emigración no crean condiciones favorables para semejantes ocupaciones. Pero, cómo iba a decirle a Hans que no tenía la menor idea de montar, que no había montado a caballo en mi vida. El momento no era en modo alguno el oportuno para confidencias de ese tipo.   

-Bien –respondí tras un momento de vacilación-. Voy con tu caballo.

Lo que siguió es difícil de imaginar.

Después de que el ayudante de campo del coronel Hans Kahle me ayudase a montar y una vez me vi sentado en la silla, me pareció que todo estaba en orden y tuve la agradable sensación de que, en apariencia, cabalgar no era en absoluto complicado.

El caballo echó a andar tranquilo y me sentí bien. Comenzaba a tener la impresión de que sabía cabalgar, de que montar a caballo no debía de tener mucha ciencia. Poco faltó para que me tuviera por un buen jinete, aunque no excelente.

Algo después el caballo se lanzó al galope. El sentimiento de júbilo y de seguridad comenzó, poco a poco, a desaparecer. Miraba a mi alrededor y a lo lejos, tratando de ver si quedaba mucho trecho para llegar hasta el observador.

De repente, el fuego de la artillería enemiga se aproximó a la zona en que me encontraba. Se habían abierto las puertas del infierno. Mi caballo, que hasta entonces había dado muestras de una calma que me tranquilizaba, salió disparado. No lo podía controlar. Y para mayor desgracia, además, tomó una dirección que no me convenía en absoluto: hacia las líneas fascistas.

Todos mis esfuerzos resultaban infructuosos. El caballo no obedecía lo más mínimo. Al revés. Cada vez estaba más nervioso y desbocado. Y era comprensible. Los proyectiles enemigos explotaban a nuestro lado. El caballo continuaba su alocada huida hacia las líneas enemigas.

Se apoderó de mí una intranquilidad rayana en el pánico. Mis intentos desesperados por detener el caballo no daban resultado alguno. Me veía ya en el campamento enemigo y sabía muy bien lo que me esperaba allí.
Haciendo memoria de aquel episodio me resulta difícil reproducir exactamente lo que pasó –en especial, por mi cabeza-, aunque, diría, que ocurrió así: me acordé de una narración de Karl May en que describía una escena de un caballo resabiado, cuyo jinete, peligrando su vida, pretendía detener su carrera enloquecida. El procedimiento para conseguirlo consistía en sujetar fuertemente al caballo por el cuello y tirar de él hacia uno. De esa manera el caballo se paraba. Así decía el cuento del escritor alemán. Y así lo intenté yo también. Pero el caballo se ve que no conocía el cuento de Karl May. El éxito de la operación, como se suele decir, era cosa de dos. En balde fueron mis esfuerzos, tanto más enérgicos cuanto más desesperados.

Hasta que, finalmente, el caballo, enfadado probablemente, “resolvió” solo el problema. De buenas a primeras, se levantó de manos, irguiéndose de repente como para librarse de ese modo de mis “caricias”, y un instante después, rápido como un rayo, cambió la suerte y soltó una coz de sopetón, lanzándome a considerable distancia.    

La trayectoria que dibujó mi cuerpo, no me duele reconocerlo a día hoy, fue elegante, airosa, y el “aterrizaje” absolutamente espectacular. A punto estuve de romperme todos los huesos. Un espectador objetivo podría haberse hecho una idea bastante buena de mis aptitudes de trapecista.

Una vez libre de mí, el caballo continuó su carrera a una velocidad mayor si cabe, rebasó nuestras líneas y se dirigió justo hacia las posiciones fascistas.  

Lo sentí por el caballo; y lo sentí, en especial, por mí, aunque estaba contento de haber salido con bien, finalmente, del lío en que me había metido por la presión de las circunstancias. Seguía dentro de nuestras líneas. Así me hice jinete.

Durante mucho tiempo no dejé escapar una palabra sobre este suceso quijotesco. No porque tuviera vergüenza, que, naturalmente la tenía, sino porque Hans no me preguntó ni por el resultado de mi misión ni por la suerte del caballo (probablemente se había enterado de algo y para no apurarme prefirió hacer la vista gorda) y yo decidí guardar silencio.

En cualquier caso, la “experiencia” del Jarama me resultó más tarde de gran utilidad en la vida.

ENCUENTRO CON ERNEST HEMINGWAY

Los últimos días de febrero y el comienzo de marzo hubo calma en el frente del Jarama. Sabíamos, a ciencia cierta, que no duraría mucho. Era evidente que el enemigo, que no había conseguido alcanzar sus objetivos, se preparaba para atacar de nuevo. Pero, tras aquellos días de tensión que habíamos pasado, un descanso, por breve que fuera, era bienvenido.

Uno de aquellos días, aprovechando que debía ir al estado mayor de la XI brigada, me pasé a ver a Ludwig Renn. En los pocos meses que llevaba en España habíamos hecho buenas migas. Delgado en extremo, Renn atraía por su viveza, su dinamismo y su fina inteligencia. Sentía gran estima y afecto por el escritor y por el curtido luchador antifascista. Con frecuencia, en los momentos más distendidos, hablaba de acontecimientos presentes y pasados, de su participación en la primera Guerra Mundial, charlábamos sobre los libros que había escrito (le dije que había leído en mis años de estudiante “Guerra” y “Posguerra”, lo que le produjo un vivo placer), de sus proyectos literarios.

Aquel día, me recibió más afectuosamente que nunca:

-¿Quieres venir conmigo mañana a Madrid? –me preguntó.

-Sí, claro; ¿ha pasado algo?

-Pensé que quizá te interesaría conocer a Hemingway. Está en Madrid. Le vi hace unos pocos días en el estado mayor de Máté Zalka y le prometí visitarlo. Si quieres, vente conmigo.

Se lo agradecí, asegurándole que me producía una gran alegría. Renn sabía de hecho cuánto me gustaba Hemingway. Lo apreciaba por la fuerza y autenticidad que se desprenden de su obra, admiraba su estilo directo, sus diálogos espontáneos, de una sorprendente naturalidad. Aunque no había cumplido los 40 y no había dado todavía toda la medida de su talento, Hemingway había conquistado ya por entonces gran fama mundial con su novela “Adiós a las armas” y otros escritos. Por uno de ellos, “Fiesta”, conocimos, por primera vez, una España especial –por la que el escritor manifestó siempre un interés fuera de lo común-, la España de las corridas y de los toreros. Poco antes de ir a España, estando en París, había leído otra narración de Hemingway sobre toros. Se describía en ella, con pluma de experto en la materia, la maestría de algunos toreros famosos: Belmonte, Manolo, Romero y otros. Hasta a los españoles, apasionados de las corridas, les parecían sorprendentes sus conocimientos de tauromaquia. A pesar del tema específico de la narración, emanaba de ella un enorme amor por el pueblo español, por su dignidad y valentía. Sabía que Hemingway no era marxista, pero lo cierto es que había venido en España a la zona republicana y no a la otra. Había reunido dinero, mucho dinero, para los republicanos, escribía a su favor, lo que demostraba que había hecho una elección. Todo ello me hacía apreciarlo aún más.

De todas estas cosas discutí con Renn en el coche que nos condujo a Madrid. Con este motivo, me contó algo más del encuentro que tuvo con Hemingway en el estado mayor de Máté Zalka. Zalka, también conocido como el general Lukács, como se le llamaba en España, con su modo de ser abierto y no muy diplomático le preguntó al escritor americano que le había hecho venir a la España republicana.

-Me gustan las revoluciones –respondió-, son como un torrente que arrastra a su paso todo lo que está podrido. Y lo que hacen los republicanos es en el fondo una revolución. Escribí hace unos días un esbozo: “Los chóferes de Madrid”. Saben, los hay que eligen a Franco, otros a Hitler y Mussolini. Yo me quedo con Hipólito...

(Iba a acordarme de esas palabras muchas veces en el curso de la guerra pues tuve como chofer al español Ángel, un inigualable Sancho Panza, taxista de Madrid, prototipo de hombre del pueblo, valiente, abnegado, lleno de humor y de sentido común.)

Llegamos a Madrid. Hemingway se alojaba en el hotel “Florida”, cerca del edificio de la Telefónica que la artillería y la aviación fascistas bombardeaban permanentemente. El hotel había recibido el impacto de las bombas y la metralla, tenía los cristales rotos y estaba casi totalmente desierto. Hemingway seguía alojándose allí, trabajando, abrigando esperanzas…

Le encontramos escribiendo en una mesa colocada delante de la ventana. Un infiernillo de alcohol con una cafetera al lado y varias botellas de whisky y naranja desperdigadas por la habitación testimoniaban las preferencias gastronómicas del autor. Se levantó de la mesa y salió a recibirnos, alto, delgado pero fornido, presagio de su futura corpulencia.

Renn me presentó. Le habló de nuestra unidad de artillería. Hemingway me miró con ojos sonrientes y me preguntó por mi nacionalidad. Al oír mi respuesta, dijo:

-Sí… Conozco y me gusta Panait Istrati.

Luego nos ofreció whisky, animándonos a beber de palabra y, sobre todo, de obra. Renn se mojó protocolariamente los labios, yo me bebí el vaso de un trago. Era la primera vez que probaba esta bebida y me gustó. Hemingway me miró con aprobación.

-Bebe, bebe, es bueno, da energía. Nunca nubla la mente.

El alcohol era fuerte. Me hizo vencer la timidez que me atenazaba. La charla entre los dos escritores era viva, interesante. Yo era todo oídos.

Cuando Renn le preguntó por qué se quedaba allí, donde estaba en peligro en todo momento, refiriéndose a su estancia en el hotel “Florida”, Hemingway, que se imaginó que la pregunta aludía a su presencia en España, pregunta que le habían hecho en múltiples ocasiones, le replicó:

- Yo no entiendo de política, no hago política. Sin embargo, estoy en contra del fascismo porque este sistema político no puede producir buenos escritores. El fascismo es mentira y condena a la literatura a la esterilidad. Ahora el fascismo ha provocado esta guerra. Odio la guerra, pero para vencerla no hay más alternativa que pelear en ella. Aquí no hay lugar para la cobardía, el egoísmo, la traición.

Todo esto lo decía en un tono tranquilo, afable, con profundo convencimiento. Salió más tarde el tema de la “política de no intervención”, contra la que pronunció duras palabras de condena: “Peor que la guerra y la traición es la cobardía de que dan muestras las democracias burguesas”, dijo.

Renn volvió con su pregunta:

- Sí, pero, ¿por qué estás en el “Florida”? Aquí te expone de manera inútil.

Sonrió.
Joris Ivens (izquierda) con Ernest Hemingway (en el centro) y Ludwig Renn
(jefe de la XI Brigada Internacional, Brigada Thälmann)
 


-¿Tú crees? Aquí siento a cada instante la guerra, incluso cuando no estoy en el frente. Necesito este ambiente para lo que estoy escribiendo ahora.

Y comenzó a hablarnos de sus proyectos, del guión que escribía para una película de Joris Ivens, “Tierra de España”, de una pieza a la que andaba dando vueltas y  cuyos personajes ya habían empezado a tomar forma (se trataba de la obra de teatro que iba a terminar un año más tarde, “La quinta columna”, consagrada a la lucha contra el fascismo). Cuando leí varios años después “Por quién doblan las campanas”, reconocí en la novela la condensación de unos pensamientos, de unas inquietudes que se abrían camino ya por aquellos días en que se desarrolló la conversación a que tuve la suerte de asistir.

La charla se deslizó hacia las corridas de toros. No podía ser que Hemingway, el gran aficionado a las corridas no abordara esta cuestión. Ludwig Renn que ni conocía bien este “arte” ni lo admiraba, escuchaba sin demasiado entusiasmo, como yo, sus consideraciones.

- En primer lugar debo reconoceros que no puedo comprender por qué el gobierno republicano ha tomado esta medida, que considero excesivamente drástica, de prohibir las corridas… Estoy seguro de que rectificarán.

Interrumpiéndose, añadió pensativo:

- Claro, existe un único peligro en todo esto… en cuanto al futuro de la tauromaquia… la técnica moderna de las corridas se ha hecho demasiado perfecta… ¿Quién podría realmente superar a toreros como Cagancho, Gitanillo de Triana, Villalta, Belmonte, Joselito, Manolo?... Cada uno de ellos sería digno protagonista de una auténtica novela picaresca… 

Antes de despedirnos de él, Hemingway me preguntó:

- ¿Hay muchos rumanos en la Brigadas Internacionales?

Después de contestarle volvió sobre Panait Istrati.

- Que sepas que yo no puedo condenarle. Lo considero, como Romain Rolland, un escritor de talento. Es un poeta innato, enamorado en lo más hondo de su corazón de las cosas más sencillas: la aventura, la amistad, la rebeldía, la carne, la sangre; incapaz de razonar en la teoría y, por tanto, incapaz de caer en la trampa de un sofisma por bien construido que esté. Y quiero aún decir algo más. Estoy seguro de que no lo sabes pues es imposible que lo sepas. Se trata también de Panait Istrati. Hace varios años, cuando realizó su afamado y muy comentado viaje a Rusia, volvió de allí con un cierto sentimiento de frustración. El diálogo que mantuvo con un dirigente, después de visitar unas cárceles y campos de trabajo, revelaba que se había apoderado de él una cierta desilusión e incertidumbre. Este dirigente, tratando de dar a Istrati una respuesta a sus inquietudes, le dijo que “no se puede hacer tortilla sin romper los huevos”, a lo que Istrati le respondió de inmediato: “Podría estar de acuerdo con esa explicación pero, desgraciadamente, no he visto más que huevos rotos.”[2]       
         
Mirándome con ojo maliciosos, añadió:

- No te enfades. No quiero ofender a nadie. Y menos a los rusos, sin cuya ayuda, masiva y rápida, difícilmente podría luchar este pueblo heroico. He contado todo esto sólo para que sus compatriotas le puedan juzgar sabiendo más de él.

En el momento de la despedida, Hemingway nos dijo:

- Sé que las cosas están tranquilas ahora en el Jarama. Pero tan pronto como se reavive el fuego, iré yo también al frente.         

De hecho, pronto iban a comenzar los combates de Guadalajara, frente que el escritor visitó incluso en pleno fragor de la batalla.

***Notas:

[1] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[2] Obsérvese las palabras que Valter Roman pone en boca de Hemingway y las siguientes, procedentes de la obra Memorias de un revolucionario, escrita en francés en 1950, del conocido trotskista Victor Serge, referidas a Panait Istrati:
(…) poeta nato, enamorado con toda su alma de varias cosas simples: la aventura, la amistad, la rebeldía, la carne, la sangre. Incapaz de un razonamiento teórico y por consiguiente de caer en la trampa de un sofisma bien hecho. Le decían delante de mí: “Panait, no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, nuestra revolución..., etc.”. Él exclamó: «Bueno, ya veo los huevos rotos. ¿Dónde está la tortilla?». (Memorias de un revolucionario, Ed. Veintisiete Letras,  2011).
Las coincidencias y divergencias entre los dos textos nos parecen altamente significativas. Dado que Bajo el cielo de España fue editado en 1972, es decir, 22 años después del libro de Victor Serge, todo apunta a que Roman habría tenido acceso al texto del autor trotskista y habría puesto en boca de Hemingway palabras que, en verdad, no eran suyas. Si Victor Serge, a su vez, pudo copiar esas misma palabras de otro autor (¿Romain Rolland? ¿El propio Hemingway?) es algo que ni hemos podido demostrar ni nos parece probable.
En relación con las divergencias, nótese que mientras Victor Serge atribuye la frase “no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos” a una pluralidad indeterminada de personas (Le decían…), el Hemingway de Valter Roman se la endosa a un “dirigente” (“demnitar”, en el original rumano). El hecho de que dicha cita haya sido atribuida recurrentemente a Stalin –cualquier lector rumano de los años 70 no habría tenido la más mínima duda sobre la identidad de ese “demnitar”- nos da las claves interpretativas, en el contexto político nacionalista de la Rumanía de esos años: nos encontramos ante una crítica apenas velada a Stalin en que el supuesto estalinista Valter Roman echa mano de una fuente trotskista que, a su vez, camufla poniéndola en boca de Hemingway. [N. de los t.]    

Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)

A continuación podéis leer la tercera parte del Capítulo V del libro Bajo el cielo de España, del brigadista rumano Valter Roman, que estamos traduciendo en el Colectivo Valakia Roja (VKR).
Podéis acceder a las partes anteriores en los siguientes link:
Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)
“HÉROES” Y HÉROES

Permítasenos en este punto abrir un paréntesis para referirnos, sucintamente, a un hecho largo tiempo ha enterrado en los arrabales del cementerio de la historia pero sobre el que, aún hoy, algunas voces, desde su refugio en el extranjero, tratan de volver, en tonos diversos, para tergiversar, una vez más y con peculiar desparpajo, la verdad. Es conocido que el movimiento legionario envió en apoyo de los mercenarios franquistas a siete sedicentes “voluntarios”.

Ni por el número, ni por los motivos determinantes, ni por la actividad desarrollada existe punto de comparación posible. Por su alcance de orden político, ético y nacional, los hechos son por sí mismos esclarecedores y así los ha hecho constar la historia de nuestro pueblo para siempre. Al unirse a las fuerzas del fascismo internacional que asfixiaban no sólo la lucha por la libertad en España sino que amenazaban también la libertad y la independencia de Rumanía, la integridad territorial de la patria, el movimiento legionario dio un paso más adelante en el camino de la traición a los intereses nacionales del pueblo rumano. La partida hacia España de los siete legionarios revistió un carácter cuasioficial, recibió la adhesión manifiesta de las autoridades de la Alemania hitleriana y de la Italia de Mussolini, objetivo perseguido, en esencia, por la “Guardia de Hierro”[1].

La presencia de los legionarios rumanos en el campo franquista no debe admirar a nadie. “Quienes se parecen se juntan”, dice un viejo refrán rumano[2]. Cebados en la ideología del matonismo y el crimen, los fascistas rumanos no podían estar más que con los franquistas y los fascistas alemanes e italianos, a quienes les unía el odio común a todo lo que fuera progreso de la humanidad.

En realidad, para poder apreciar en su justo valor la “expedición” de los legionarios rumanos a España, sobre la que la prensa legionaria y los apologetas del fascismo levantaron tanta polvareda en su momento, deben hacerse algunas precisiones. El número de los legionarios rumanos que fueron a España alcanzó un total de… 7. Durante un periodo bastante largo (aproximadamente la mitad del tiempo que estuvieron en España), el grupo se dedicó a hacer visitas oficiales, participar en desfiles, banquetes, etc. Cuando, por fin, los legionarios fueron al frente y vieron que la lucha contra los republicanos no era la marcha triunfal que se habían imaginado, el pánico se apoderó de ellos.

“Aquí, en Majadahonda –escribe Luigi Longo- se encontraron frente a frente los voluntarios antifascistas rumanos con el grupo de mercenarios fascistas enviado por la red fascista llamada “la Guardia de Hierro” y fue aquí donde encontraron la muerte, una muerte sin gloria, los dos fascistas rumanos Moţa y Marin.”[3]

Reacios a compartir la suerte de Moţa y Marin, caídos en Majadahonda el 13 de enero de 1937, los que quedaban con vida escribieron al “capitán”[4] pidiéndole que los llevaran de vuelta a Rumanía lo antes posible, olvidando que cuando se alistaron en el tercio habían declarado que lucharían hasta la victoria final. Al segundo mes de su llegada a España, el grupo de legionarios regresó a casa. Frente a la tenacidad con que luchaban las organizaciones progresistas, consideraron que lo más prudente era poner fin cuanto antes a su pretenciosa y ridícula “cruzada” contra el comunismo.

La repatriación y entierro de los dos legionarios fallecidos en España durante un bombardeo de artillería se transformó en motivo de la más increíble demagogia y sirvió para escenificar los objetivos politiqueros más triviales.

La verdad, los sentimientos reales de las masas trabajadoras, de las fuerzas progresistas de nuestro país tuvieron expresión en ese mismo periodo (en julio de 1938) en el documento del Partido Comunista Rumano que sigue a continuación (titulado “En España se decide el destino de la paz y la libertad”), de cuyo contenido nos permitimos citar algunas líneas reveladoras: “No les acompañó en la partida –a los voluntarios comunistas y patriotas rumanos, como se señalaba en este documento- la algarabía propagandística que tuvieron de su lado los pocos legionarios que estuvieron en España. Céntimo a céntimo, los amigos de la paz y de la democracia consiguieron reunir la cantidad necesaria para enviar a los voluntarios. Hubo que hacer frente a decenas de trabas y escollos para que los voluntarios rumanos pudieran llegar a España (…)” Y algo más adelante recalcaba dicho documento: “Muchos de ellos cayeron en el campo de batalla muertos por obuses alemanes o bombas italianas. En su entierro no hubo ni cientos de curas, ni música, ni coronas. Sus tumbas están perdidas en algún lugar entre las peñas de Guadarrama o por las llanuras de Cataluña. Pero sus nombres no morirán. Pasarán los años. Individuos como Moţa o Marin permanecerán en el recuerdo de las gentes como unos descarriados, caídos por una causa enemiga de su pueblo y de su patria, enemiga del mundo y de la humanidad. Pero la memoria de los héroes de la guerra en defensa de la República española permanecerá imborrable como recuerdo de unos luchadores por la libertad de España y de su propio país, por el bien y la paz del mundo entero.”

La historia ha confirmado y confirma cada vez más firmemente esta visión. Los comunistas y patriotas rumanos lucharon en España animados por la convicción, que brota del más ardiente patriotismo, de que servían así, directamente, a la causa de su propio pueblo; de que con su propio sacrificio defendían la libertad del pueblo rumano, la integridad territorial de la patria, la independencia y la soberanía nacional de Rumanía, amenazadas entonces por el hitlerismo alemán y el régimen fascista húngaro de Horthy.

EN EL FRENTE DEL RÍO JARAMA

La segunda mitad del mes de enero fue para los luchadores de las Brigadas Internacionales un periodo de reposo bienvenido y bien merecido tras los combates extenuantes que habían tenido lugar en la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo, en Las Rozas y Majadahonda. Esos días se emplearon en recomponer y reorganizar. Las dos primeras brigadas internacionales, cuyos efectivos habían quedado reducidos a un tercio, debían completarse. Se organizaron unidades nuevas; se pusieron las bases de una colaboración más estrecha entre las unidades españolas y las internacionales.

Restos de un nido de ametralladora en el frente del Jarama
(Foto de Un vallekano en Rumanía)
Fuimos a Murcia. La ciudad y sus alrededores parecían un oasis pintoresco, rodeado de una tierra seca como la piedra. Cientos de años atrás se había creado allí un sistema de riego alimentado por el río Segura y ahora las filas rectas y altas de palmeras, las higueras y los imponentes cipreses cautivaban la vista. Para los voluntarios rumanos que habían pertenecido hasta entonces a la XI brigada fue un periodo de emociones y preparativos intensos: concluyó la organización del batallón rumano de artillería, cuya creación se había decidido, como hemos visto, en diciembre de 1936. La colaboración con Carré y Arbousset se desarrolló en un espíritu de absoluto entendimiento. Distribuimos a los hombres, comenzamos su instrucción y nos desvivimos por obtener armas. El simpático Zdeněk Přibyl, a quien ya he mencionado, nos puso un mote: “Los tres mosqueteros”, nos dio a cada uno los papeles de Athos, Porthos y Aramis, y se reservó para él el de d’Artagnan. Hans Kahle, el comandante de la XI brigada, y Ludwig Renn, el jefe de su estado mayor, estuvieron en permanente contacto con nosotros y nos ayudaron a resolver problemas complicados y de lo más diverso. En condiciones excepcionales todos los recursos se aprovecharon al máximo: en poco tiempo la unidad estuvo en pie y en los primeros días de febrero, cuando fuimos enviados al frente del Jarama, ya estábamos en condiciones de cumplir debidamente las misiones de combate que se nos habían encomendado, a pesar de las deficiencias en lo tocante a armamento y munición.

A un gran número de voluntarios rumanos –soldados de infantería- que habían llegado a lo largo del mes de enero, se les destinó a una nueva brigada internacional, la XV brigada, que se formó por entonces. En el seno del batallón “Lincoln” de esta brigada se encuadraron los luchadores americanos y canadienses; los franco-belgas constituyeron el batallón “6 de febrero”; y todos los que venían de los países balcánicos (rumanos, yugoslavos, búlgaros, albaneses, griegos) fueron agrupados en Mahora para formar el batallón “Dimitrov”, en el que se hablaban más de doce lenguas.

Entre los miembros de las Brigadas Internacionales y de los luchadores españoles, los comisarios políticos desarrollaban una intensa actividad. El principal objetivo que se perseguía con el trabajo político era aumentar la capacidad de lucha de las unidades republicanas, toda vez que se acercaba la hora de las grandes batallas.

En realidad, el estado mayor republicano preparaba una operación de envergadura con el objetivo de envolver a las fuerzas enemigas del sudoeste y sur de la capital y empujar el frente más allá de Brunete.

Al mismo tiempo, los fascistas estaban ocupados en febriles preparativos: disponían, para la ofensiva que estaban planeando, de más de 30.000 hombres, de artillería alemana, de tanques italianos, de bombarderos y cazas. A partir de ese momento, Franco iba a tratar de dar un gran golpe en el frente del río Jarama que le asegurara la conquista de la capital. Allí tuvo su inicio en febrero de 1937 una de las mayores y más sangrientas batallas por la defensa de Madrid. De acuerdo con el plan elaborado por un estado mayor alemán, las fuerzas fascistas debían cortar la carretera Madrid-Valencia y conquistar de este modo las posiciones que permitieran completar el cerco de Madrid.

El 6 de febrero los fascistas desencadenaron una poderosa ofensiva, incluso en el sector en que debía tener lugar el ataque de los republicanos, privándoles a éstos de la iniciativa. Los fascistas atacaron por tres direcciones y rompieron toda la línea del frente. No obstante, los republicanos, aprovechando los preparativos que habían realizado con vistas a la ofensiva, concentraron rápidamente tropas para detener al enemigo.

Durante 3 días, unas cuantas brigadas republicanas hicieron frente a ataques encarnizados al oeste del río Jarama, que los fascistas lograron cruzar el 8 de febrero. En ese momento, los fascistas trataron de desplazar sus fuerzas en dirección a Arganda y Morata de Tajuña. Desde allí pretendieron efectuar un movimiento envolvente más amplio para cortar todas las comunicaciones de la capital con el este del país.

El 11 de febrero los fascistas atacaron por sorpresa y aniquilaron una compañía del batallón franco-belga que custodiaba el puente del Pindoque, ocupándolo. Por la brecha que acababan de abrir atravesaron rápidamente cinco batallones enemigos apoyados por tanques. La posición que ocuparon se encontraba a 3 ó 4 kilómetros del puente de Arganda, punto extremadamente importante que defendía la XII brigada. Pero otro sector de gran importancia –los cerros situados frente al puente del Pindoque y la localidad de Morata de Tajuña- había quedado al descubierto. Hacia allí se dirigieron las fuerzas de la XI brigada y allí también entró en combate, en el curso de la batalla del Jarama, el 12 de febrero en concreto, el batallón rumano de artillería, en apoyo inicialmente del batallón “Edgar André” de la XI brigada.

Fue el momento en que la batalla alcanzó su mayor intensidad. En el frente, además de las fuerzas españolas, dirigidas por Modesto y Líster, y de las brigadas internacionales que he mencionado más arriba, participaron otras dos brigadas internacionales, la XIV y la XV. Al final de la batalla, en el frente se encontraban doce brigadas republicanas, de las que cuatro eran internacionales.

Ambas partes emplearon, por lo tanto, numerosos efectivos en la batalla. También fue mucho más abundante que hasta entonces el material de guerra utilizado. Los combates fueron sumamente violentos.

Al final del día 12 de febrero, los fascistas estaban cerca de Arganda y Morata de Tajuña. Habían concentrado allí en el transcurso de la noche 15.000 hombres, 80 cañones y 50 tanques, con miras a la operación que estaban preparando. La relación de fuerzas era de 3 a 1 a favor de los rebeldes.

Las fuerzas republicanas –españoles y voluntarios internacionales- dieron muestras desde ese momento de un valor excepcional, de un elevado heroísmo, de un sublime espíritu de sacrificio, solidaridad y camaradería. Era evidente que los luchadores republicanos habían aprendido mucho en las batallas anteriores. Y para quienes entraban por primera vez en combate, el entusiasmo y la conciencia de lo justo de la causa que defendían hacían las veces de la experiencia. Durante días los luchadores permanecieron en vela: de día, atentos al más mínimo movimiento del enemigo, que no les dejaba un instante de reposo; por las noches, cavando trincheras o reforzando nuevas posiciones. A pesar de la tortura de la sed y del hambre –el aprovisionamiento se hacía entre grandes dificultades-, lucharon con idéntica determinación. Ante la tenaz resistencia, los fascistas se mostraron impotentes. Tras diez días de intensos combates, los republicanos pasaron de la defensa al contraataque. A los doce días de la ruptura de hostilidades por parte de los fascistas, éstos se encontraban prácticamente en la línea que habían ocupado el primer día.

Manuel Aznar, apologeta de la guerra que los fascistas provocaron en España, al hablar de la batalla del Jarama, se ve obligado a reconocer que “(…) fue necesario renunciar a progresos más profundos, así como a la conquista de determinados pueblos (Arganda, Morata de Tajuña)”[5]. Y renunciaron porque no les quedó otra salida; las fuerzas republicanas les obligaron a ello. Para ganar unos cuantos kilómetros de terreno, las unidades fascistas y los marroquíes perdieron una cantidad considerable de sus efectivos. Los franquistas no alcanzaron los objetivos que perseguían. No llegaron a Alcalá de Henares, no lograron ocupar siquiera un día Arganda ni Morata de Tajuña, aunque cacarearon a los cuatro vientos la noticia de que las habían conquistado. La tercera ofensiva contra Madrid había terminado con un vergonzante fracaso para los fascistas.

En la historia de la guerra por la libertad, los luchadores españoles y los brigadistas internacionales escribieron con la batalla del Jarama una nueva página de gloria.

Para el pueblo rumano, el heroísmo con que lucharon sus voluntarios en aquella gran batalla constituye un motivo de orgullo. El batallón rumano de artillería, que entró por vez primera en combate en un momento en que los enfrentamientos habían alcanzado su mayor intensidad y con la tarea de actuar en un sector difícil y de gran importancia, cumplió con honor su misión. “En los combates del Jarama se distinguió el grupo (batallón) rumano de artillería, que apoyó brillantemente los esfuerzos de nuestra infantería, provocando pérdidas materiales y de efectivos al enemigo”[6] –escribe Luigi Longo.

Me referiré aún a algunos hechos de armas llevados a cabo por el batallón rumano de artillería en el curso de la batalla del Jarama…

Era el 14 de febrero. Los fascistas habían desencadenado uno de los ataques más furibundos desde el inicio de la ofensiva del Jarama. Atacaban en dirección a Morata de Tajuña; habían conseguido aproximarse a la carretera Chinchón-puente de Arganda. El batallón rumano de artillería no se encontraba lejos de aquella carretera, en las cercanías del pueblo de Arganda.

Las unidades de la XI brigada hacían frente a duras penas a las fuerzas enemigas. Algunas unidades se habían visto obligadas a retirarse y existía el peligro de que por la brecha que se había creado penetrasen las unidades motorizadas de los fascistas, que ampliaran la brecha y cortaran la carretera Morata de Tajuña-Arganda, por donde se producía la circulación rodada hacia Madrid.

En esa situación se ordenó la entrada en combate del batallón rumano de artillería. Se decidió que las baterías del batallón rumano disparasen simultáneamente para crear una poderosa barrera de fuego ante las tropas enemigas que avanzaban. Una vez se hubo regulado el tiro sobre un frente de casi un kilómetro, se dio la orden: “¡disparo rápido!” Los cañones del batallón hicieron un esfuerzo inconcebible para poder disparar al máximo ritmo que les permitía su antigüedad. Se llegó a los 30 ó 40 disparos por minuto, auténtico récord para las condiciones de uso de un armamento tan envejecido como el que, en general, tenía el batallón. Los cañones habían alcanzado tal temperatura que era imposible su manejo si no era con guantes. Las baterías y los cañones competían entre sí. Los proyectiles caían sobre el enemigo que avanzaba como una densa lluvia de fuego. Comenzó a faltar la munición. Fue un momento difícil, pero gracias a la buena organización y al buen funcionamiento del servicio de transportes del batallón y a la ayuda prestada por las unidades españolas, al grupo rumano le llegó a tiempo toda la munición necesaria.

La situación seguía siendo grave. En un momento dado, los franquistas desencadenaron un ataque furibundo con tropas de marroquíes y del tercio que lograron penetrar hasta nuestras líneas. La mayor presión hubo de soportarla el sector cubierto por el “Edgar André”, otro batallón de la XI brigada y nuestro grupo de artillería. Había que actuar a toda prisa.

Abandoné el punto de observación del grupo y me encaminé a paso ligero hacia un punto de observación más avanzado –en realidad un inmenso socavón- donde encontré a los comandantes de los dos batallones, el alemán Gustav Szinda y el húngaro Szalvay Mihály. Estaban reunidos para coordinar sus fuerzas y cubrir la totalidad del frente de ambas unidades. Nos consultamos sobre las medidas que había que adoptar. Analizamos la situación y nos dimos cuenta de que había que hacer algo y rápido para impedir que el enemigo penetrara aún con mayor profundidad.

-Deberíamos –dijo Szalvay- crear una barrera de fuego sobre nuestra mismísima primera línea, por donde se siguen colando los fascistas. ¿Podríais hacerlo? En mi opinión es absolutamente necesario.

-Es una operación muy difícil; a la menor imprecisión podríamos golpear a los nuestros. Pero creo que realmente es la única solución –corroboró Gustav Szinda.

Las baterías del batallón recibieron la orden de batir nuestra primera línea; la orden se ejecutó y obtuvimos el resultado esperado. En opinión de todo el mundo, la medida contribuyó a restablecer la situación en el sector que cubríamos.
El Alto de El Pingarrón, uno de los puntos calientes de la Batalla del Jarama
(Foto de Un Vallekano en Rumanía)
Más tarde, reflexionando sobre aquellos acontecimientos, llegué a la conclusión de que se dan situación en que se puede resistir incluso bajo el fuego de la propia artillería. (Aquella “experiencia” me templó en cierta medida. Me ayudó a soportar mejor otras pruebas de este tipo más tarde.)

Los violentos combates se desarrollaban sobre todo el frente. El enfrentamiento se prolongó durante horas, pero con resultados beneficiosos para las fuerzas republicanas. La cortina de fuego de la artillería hizo grandes pérdidas entre las tropas fascistas y provocó que en diferentes puntos el avance del enemigo se detuviera. Hacia las 4 de la tarde el ataque fascista se detuvo en todo el sector. Importante fue también el papel de la aviación republicana: cuando las tropas fascistas comenzaron a dar muestras de indecisión ante la cortina de fuego de la artillería, bombardeó intensamente las posiciones enemigas, contribuyendo a detener el ataque.

La segunda fase de este combate comenzó alrededor de las 5. Desde ese momento, las fuerzas republicanas pasaron a un ataque coordinado de la infantería y la artillería con el objetivo de rechazar a las tropas fascistas más allá de la carretera Chinchón-puente de Arganda, que el enemigo había conseguido alcanzar por la mañana. En el ataque lanzado por la IX brigada, participó nuevamente todo el grupo rumano, contribuyendo a restablecer las líneas republicanas el 14 de febrero.

Los días 15 y 16 de febrero, los fascistas continuaron los ataques en dirección a Morata de Tajuña y el puente de Arganda.

La reorganización de las unidades armadas republicanas, que tuvo lugar en la noche del 15 de febrero y de resultas de la cual la IX brigada junto con la XV brigada internacional y con las brigadas españolas XVI y XXIV entró en la división B, planteaba nuevas y complicadas tareas al batallón rumano de artillería.

Había que defender a toda costa el puente de Arganda cuya ocupación por el enemigo habría representado un peligro directo para Madrid. Ahora bien, la conquista de ese puente era el objetivo del poderoso ataque que preparaban los fascistas para el día 15 de febrero.

En previsión de esta ofensiva, a propuesta del batallón de artillería rumano, la comandancia del sector acordó, de modo completamente inusitado y en contra de las normas tácticas, que la artillería abriera fuego a discreción durante la noche contra las posiciones y concentraciones de las tropas fascistas. Muchos dudaban de la eficacia de una operación semejante, en la idea de que representaría un gasto inútil de munición que, en todo caso, era bastante escasa. Otros consideraban que, de esa manera, existiría el peligro de que el enemigo localizara más fácilmente las posiciones de las baterías del grupo y las destruyera, algo que había que evitar tanto más cuanto que los fascistas disponían de una artillería mucho más poderosa que los republicanos.

Los motivos en favor de esta medida eran, no obstante, de mucho peso. Con ella se pretendía, en primer lugar, que los fascistas no tuvieran una noche tranquila antes del ataque que preparaban: se trataba de que estuvieran en vela, nerviosos, en estado de alarma permanente. En segundo lugar, había que hacer creer a los fascistas que los republicanos, a su vez, preparaban una acción, poniéndoles de ese modo en aprietos y forzándoles a cambiar de planes.

En cuanto al peligro de que localizaran las posiciones de nuestras baterías, se podía evitar, como así fue, desplazándolas en el curso mismo de la noche.

Por la noche, ya tarde, llegó del mando del frente la orden de que, durante la noche, se abriera fuego a discreción sobre las posiciones enemigas, cuyas coordenadas habían establecido a lo largo de la jornada del 14 los oficiales de observación del grupo rumano y los exploradores del batallón “Edgar André”.

En aquella ocasión nos dimos cuenta del mucho provecho que podíamos sacar del talento de Přibyl. El pintor checo elaboró un mapa panorámico que nos resultó de suma utilidad. No era el mapa perfecto de un diplomado de la Academia Militar, pero cualquiera se podía orientar siguiéndolo y al cotejarlo demostró ser rigurosamente exacto. Přibyl se encontraba en su puesto de observación e instruía a un observador de reserva. Le oía como le decía:

-Nunca comuniques nada más que lo que veas con claridad. Un observador histérico pone en movimiento a toda una batería por un quítame esas pajas de nada y nosotros no tenemos munición que malgastar.

Me vio y detuvo al punto sus instrucciones.

-¿Tú aquí? ¿Sin camuflar y a 300 metros de las trincheras enemigas como un gallo encaramado en la torre de una iglesia? Debo estar aquí 14 horas seguidas así que hazme el favor de lárgate, ¿o es quieres destruirme el puesto de observación?

Su “puesto de observación” era lisa y llanamente un socavón de un metro de ancho por dos de largo a los pies de un olivo aislado. Lo dejé para que se siguiera ocupando de sus tareas junto con el operador del puesto.

La orden de abrir fuego estaba señalada para la 1 de la madrugada. Y a la 1 en punto todo el frente recibió la sacudida de los disparos del batallón rumano. Aturdidos por el sueño, sorprendidos, los hombres se preguntaban qué ocurría. La operación se repitió dos veces más: a las 2 menos cuarto y a las dos y media.

Los soldados republicanos de la primera línea pudieron observar, a la luz de las explosiones de los proyectiles, el pánico que produjo entre las tropas fascistas el bombardeo de nuestra artillería. A su vez, los prisioneros hechos al día siguiente, cuando fue rechazado el ataque fascista, reconocieron que el fuego de artillería de aquella noche dejó desconcertado a su mando, que no pudo entender las intenciones del republicano, y también, en cierta medida, a las tropas que iban a entrar en combate. Asimismo contaban que el fuego había provocado graves pérdidas materiales y humanas a los fascistas.

En el curso del ataque fascista del día 15 de febrero, ataque de una singular violencia, los artilleros del batallón rumano vivieron de nuevo horas difíciles. Pero lucharon con gran arrojo. Se percibía en ellos la tensión a flor de piel…

Una batería enemiga nos dio mucho trabajo. Los observadores no habían logrado descubrirla. Consiguieron dar con ella los “muchachos” del estado mayor con ayuda de los mapas. Enfocamos nuestros prismáticos hacia ese punto y vimos cuatro cañones en plena acción. Arbousset se fue de inmediato a uno de nuestros cañones; Thonet, subteniente belga, a otro; verificaron los instrumentos de puntería y dieron órdenes a los servidores.

Disparamos una descarga, pero no vimos nada. Otra, con el mismo resultado. Comunicamos con nuestros observadores y descubrimos que el enemigo había instalado sus cañones exactamente igual que nosotros. Detrás de su batería había una depresión en el terreno y por ello no se llegaban a entrever las explosiones de nuestros obuses.

Acortamos el tiro. Las explosiones se producían ya dentro del campo visual. El tercer disparo dio en el blanco de lleno. Disparó toda la batería. Lleno de entusiasmo, Nicolae Cristea, por entonces servidor del cañón, punteaba cada disparo con una palabra de la consigna de lucha del pueblo español: ¡paz!, ¡pan!, ¡libertad!

Arbousset presa de un estado que la batería llamaba furia francesa, ordenó:

-Tir à volonté![7]

Que para los franceses significa el tipo de tiro más rápido. Unos cuantos minutos de cañoneo infernal y las piezas de los rebeldes fueron aniquiladas. Arbousset volvió a su puesto y dijo:

-Si hace falta, les enviamos 2 ó 3 descargas más. Aunque creo que hemos acabado con ellos.

Una media hora después se observó un movimiento en la posición enemiga.

-¡Tres descargas seguidas!

Los artilleros ejecutaron con presteza la orden y barrieron con sus proyectiles las posiciones enemigas. Tras un cañoneo de media hora, los observadores anunciaron:

-Ni un ratón ha quedado vivo…

Pero la relajación duró poco. En un momento del ataque, en el frente aparecieron inesperadamente 16 tanques fascistas. Existía el peligro de que las líneas republicanas se rompieran, peligro tanto mayor cuanto en los sectores próximos los fascistas habían introducido un gran número de tanques. Sin embargo, gracias a la presteza con que fueron ejecutadas las órdenes del puesto de observación del grupo rumano de artillería, gracias a la operatividad de todos los artilleros, a su entusiasmo y espíritu de sacrificio, comenzó una auténtica cacería de tanques fascistas.

El resultado de esa “cacería”, en la que se dispararon cientos de obuses, fue que 5 tanques fascistas quedaron fuera de combate. Algunos, en el campo de batalla atravesados por los proyectiles, otros, envueltos en llamas. El efecto psicológico fue enorme. El resto de tanques se dio media vuelta y abandonó el campo de batalla. Fue un punto de inflexión en el desarrollo de los combates: la infantería de la XI brigada pasó al contraataque y recuperó las posiciones perdidas en el transcurso de la jornada.

A la noche, cuando el frente quedó en calma, nos reunimos para la cena. Estábamos en un estado de sobrexcitación nerviosa y discutíamos animosos los acontecimientos del día, contentos por los resultados obtenidos. Era también la ocasión de puntualizar algunas cosas. Uno de los nuestros le dijo a Arbousset aludiendo a una acción que había llevado a cabo:
Ilustracíon sobre la Guerra Civil española de la revista rumana
Vremea, 24 de enero de 1937

-Pues con todo, que sepas que fuiste demasiado temerario y la cosa podía haber salido mal.

-Podía, pero salió bien. Incluso muy bien. Mi lema, como el de Napoleón es “el que nada arriesga, nada gana”.

-Vale, pero –le respondieron- con hombres con tan poca preparación como los nuestros el riesgo era doble.

-Amigo, también Napoleón decía que “no hay malos soldados, sólo hay malos oficiales”. ¿Espero que no estés insinuando que me encuentro entre estos últimos?

Carré nos guiñó el ojo. La costumbre de Arbousset de citar al emperador era una de los blancos de las pullas amistosas de Gaston, que tenía una lengua afilada. Aquella vez, no obstante, le dejó en paz, pues otra cosa le preocupaba.

-Deja al emperador que descanse en paz. Mejor sería que honráramos su memoria bebiendo un vasito del famoso coñac que lleva su nombre. Tengo unas ganas locas de echar un trago...

-No tienes mal gusto; yo me conformaría con uno de menos campanillas.

-¿Qué te crees, que yo no? –dijo Gaston rebajando de inmediato sus pretensiones-. Pero no tenemos ni gota. En cuanto pueda convierto todo mi dinero en coñac.

-¿Y yo qué puedo hacer? –se lamentó Thonet-, que por no tener no tengo ni dinero.

-¿De veras, ingenierillo? –le tomó el pelo Carré-. Pero, ¿de qué me sorprendo? En Francia se decía en tiempos que un ingeniero era quien hacía con un franco lo que hacía el prójimo con dos; hoy los jóvenes ingenieros hacen con dos francos los que hacen los obreros con uno...

Thonet no se enfadó. A la primera ocasión que tuvo se tomó la revancha. Y además sabía que, aunque los muchachos le echaban en cara que se anduviera con remilgos, en el trabajo apreciaban su saber, puesto que realmente nos era de mucha utilidad.

-Pues Gaston, –intervino también Přibyl- no estarás tan muerto de sed si te quedan ganas de bromear.

-Sí, porque en primer lugar estoy muerto de cansancio. Venga, muchachos, intentemos dormir algunas horas, si nos dejan, que precisamente mañana vamos a tener un buen baile.
***




[1] Rama paramilitar de la Legión de San Miguel Arcángel, formación fascista rumana creada en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu, también conocida como Movimiento Legionario. [N. de los t.]
[2] Traducción literal del proverbio rumano cuyo equivalente español sería “Dios los cría y ellos se juntan”. [N. de los t.]
[3] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[4] Corneliu Zelea Codreanu. [N. de los t.]
[5] Manuel Aznar, Historia militar de la guerra de España (1936-1939). [N. del A.]
Manuel Aznar Zubigaray fue abuelo paterno José María Aznar López, ex presidente del gobierno español. [N. de los t.]
[6] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[7] “¡Fuego a discreción!”. En francés en el original.  [N. de los t.]


COLECTIVO VALAKIA ROJA (VKR)