vineri, 28 martie 2014

Bajo el cielo de España: Capítulo V (2ª Parte)

Para los voluntarios rumanos, los combates en la Casa de Campo están unidos al recuerdo de Vlad Mazepa. Allí cayó el joven comunista rumano, llegado entre los primeros para ponerse al servicio de la República española. En medio de encarnizados combates, Vlad y otros cincuenta voluntarios, al verse rodeados por los fascistas, se hicieron fuertes en una casa donde continuaron la lucha hasta el último cartucho, hasta el último aliento. Los fascistas dieron fuego a la casa, pero ninguno de los luchadores abandonó la posición, prefiriendo el espantoso sufrimiento de morir quemados vivos a la rendición.
 
Milicianos en el frente de Madrid (Ciudad Universitaria)
La muerte de Vlad y de los otros voluntarios de su grupo permanece como símbolo del heroísmo sublime que, en nombre de un elevado ideal, animó a estos luchadores.
En el transcurso también de los combates por la defensa de Madrid cayó igualmente Mihai Ardeleanu, campesino rumano de la zona de Oradea. Acérrimo antifascista, Ardeleanu se crió en el seno de una familia que nunca aceptó el yugo burgués-terrateniente (su padre participó activamente en el levantamiento de los campesinos rumanos y húngaros de Aleșd, en 1904, y fue condenado por ello a duros años de prisión). Como Vlad, Mihai Ardeleanu formó parte del primer grupo de rumanos que llegó a tierras de aquella España en llamas. En su lucha contra los fascistas, puso todo su apasionado amor a la libertad y todo su odio ardiente contra los terratenientes.
En un momento dado, en el transcurso de los encarnizados combates por Madrid, el flanco izquierdo del dispositivo del ejército republicano cedió. Había que enviar a toda prisa una orden para restablecer la situación. Era una misión difícil y peligrosa: el trayecto que había que recorrer para entregar la orden en cuestión pasaba por delante de las líneas del enemigo. No había otro camino.
-Debemos actuar con premura –dijo el comandante-. ¿Alguno sabe montar a caballo? Si no, no podremos transmitir la orden a tiempo.
-Yo sé. Yo llevaré la orden.
Quien había respondido era Mihai Ardeleanu. Claro que sabía montar a caballo, muy bien, de hecho. ¡Cuántas veces no nos hablaría de los caballos de su pueblo, junto a Aleșd! Con las gentes de allí no se llevaba tan bien. Le evitaban y le miraban por encima del hombro: «el hijo del presidiario», le llamaban muchos. Si ocurría algo en el pueblo, era a él a quien iban a buscar los gendarmes. Terminó por hartarse e irse. Pero de los potros del pueblo sí que se acordaba por entonces con cariño. Sólo que aquella vez no se trataba de un paseo a caballo por los bosques. La muerte acechaba en los cañones de cientos de fusiles.
-Tienes que llegar a aquellas casas de detrás de la colina. No es cosa fácil, que lo sepas. Estate muy atento.
-Entendido.
Montó y se puso en marcha. Algunos prismáticos y algunos corazones angustiados por la preocupación siguieron su galope hasta que caballo y jinete desaparecieron tras la colina.
-Lo ha conseguido –respiraron los hombres, aliviados.
Pero la alegría había sido prematura. A la vuelta, mientras cruzaba por delante de las líneas enemigas, una ráfaga de ametralladora le cosió a balazos el cuerpo. Aun así, consiguió mantenerse sobre la silla hasta llegar a nuestras líneas. Cuando el caballo se detuvo de la galopada, el jinete cayó a tierra, desmadejado. Los camaradas que salieron a su encuentro, no pudieron hacer ya nada para ayudarle: había muerto. La imagen del muchacho alto, rubio, fornido, que cautivaba al resto de combatientes cuando evocaba con tanta nostalgia su país en canciones llenas de tristeza[1] o cuando, lleno de agilidad, les enseñaba cómo se bailaba la hora[2] en nuestra patria chica[3],  permaneció mucho tiempo gravada en el recuerdo de sus camaradas de armas.
***
También allí, en los combate por Madrid, cayó igualmente Iosif Conta, de Oradea, llegado a España entre los primeros voluntarios rumanos de la emigración.
Sus nombres permanecen unidos a los de incontables mártires de la lucha por la libertad llegados del mundo entero a defender Madrid. “Con su ejemplo y heroísmo –dice Luigi Longo en el homenaje que rindió a los primeros voluntarios de las Brigadas Internacionales caídos en combate- inician una tradición, señalan a los que vendrán, el camino del honor, de la gloria y la victoria. Honor a las decenas de héroes desconocidos llegados de Francia, de Bélgica, de Alemania, de Polonia, de los Balcanes, que duermen para siempre bajo los árboles de la Casa de Campo que han consagrado con su sangre.” 
Decía antaño Séneca: “Existen hombres que están muertos incluso en vida y hombres que viven incluso tras la muerte[4]”. Caídos en la flor de la vida, los héroes de la lucha por la libertad pervivirán eternamente en el recuerdo de los pueblos de cuyo seno habían brotado y cuyas nobles aspiraciones representaron.
VISITA AL PRADO
También cayeron heridos en el transcurso de los combates de Madrid muchos voluntarios de nuestras filas. Al visitarlos en los hospitales donde estaban internados, conocí otro aspecto del heroísmo de los luchadores que defendían la República: el heroísmo callado, discreto, de los doctores y las enfermeras que, día y noche, bajo el bombardeo incesante de la aviación enemiga, con una abnegación ilimitada, libraban la batalla para arrancar de la muerte a cientos y miles de heridos y devolverlos a la vida, a la sociedad y a sus ideales.
Allí conocí y trabé amistad con un médico yugoslavo, Oscar Gorian, cirujano jefe de un gran hospital del centro de Madrid destinado a los brigadistas. Había operado y atendido a muchos de nuestros heridos quienes no dejaban de hablarme de él y de deshacerse en elogios de todo tipo sobre su persona. Médico de excelente preparación profesional, reunía en sí cualidades extraordinarias como hombre y como revolucionario: una elevada conciencia política, una vasta cultura, un carácter íntegro, modestia, amabilidad y un desvelo y un cuidado emocionantes por los enfermos. En una palabra, un hombre notable. Mis compatriotas me habían despertado la curiosidad con lo que contaban. Pensaba: «¿no estarán exagerando un poco?» Lo conocí y les di la razón. Nos volvimos a ver varias veces después y cada vez era mayor mi convencimiento de que el afecto con que le trataban los hombres era harto merecido. Gracias a su energía y talento organizador, a su entrega a los enfermos y a la tenacidad en el esfuerzo para salvarlos en que había educado al colectivo, el hospital que dirigía se convirtió en un hospital modelo a pesar de las dificultades y carencias a que debían hacer frente. Muchos de nuestros heridos caídos en el frente de Madrid le debieron la vida al doctor Oscar Gorian[5].
Yo le debo el recuerdo de algunas de las más extraordinarias emociones artísticas que me ha sido dado vivir. Un día que había ido a ver a nuestros voluntarios heridos, el doctor Gorian me preguntó si tenía otro permiso porque podría organizar una visita al Prado. Desde principios de septiembre el museo estaba cerrado al público, los cuadros se encontraban almacenados en los sótanos y en las salas más resguardadas; en aquellos momentos, se preparaba la evacuación de la capital de los lienzos más valiosos. Un crítico de arte español que trabajaba en el museo, amigo del doctor, le había prometido una visita a la famosa colección del Prado y Gorian quería compartir conmigo aquella alegría. Era una ocasión inesperada y me apresuré a aprovecharla.
El día acordado, acompañados de Miguel, el amigo de Gorian, nos encaminamos hacia el museo. Madrid mostraba tanto en el centro como en la periferia las huellas trágicas de la guerra. Las casas con la fachada derruida dejaban ver los restos del interior, recuerdo desgarrador de que allí, antaño, habían vividos hombres y mujeres, jugado niños. Los grandes bulevares de Madrid se habían convertido en el campo de tiro preferido de los fascistas. La Gran Vía estaba destruida hasta tal extremo que la población la llamaba entonces la Avenida de los Obuses. Por todas partes había barricadas y trincheras, sacos terreros para proteger los monumentos, grupos de hombre que retiraban escombros de entre los que sacaban cadáveres destrozados. Se habría dicho que los horrores de la guerra eran allí más visibles que en las trincheras donde se tenía al enemigo enfrente y se podía responder a los ataques. Pero los madrileños reaccionaban con templanza y dignidad. Los cartelones con el llamamiento “Evacuad Madrid” no tuvieron como consecuencia un éxodo precipitado. La mayoría de la población prefirió quedarse, convencida de que se detendría al enemigo.
La Granvía durante la Guerra Civil

Guía competente, Miguel, mientras nos dirigíamos al Prado, nos contó la historia del museo, nos habló de Don Juan de Villanueva, el talentoso arquitecto español que a  finales del siglo XVIII[6] elaboró el proyecto del edificio, destinado inicialmente a un museo de historia natural, de las inapreciables colecciones de arte que contiene, algunas de las cuales se remontan incluso a los tiempos del reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Después de ello, nos advirtió de que las condiciones de contemplación distaban de ser las idóneas en aquel momento y nos pidió que le dijésemos cuáles deseábamos ver en concreto en el escaso tiempo de que disponíamos. Ambos respondimos a una sola voz: «los maestros españoles».
Nuestros deseos se vieron cumplidos. Durante varias horas, nos deleitamos la vista y el espíritu admirando a Velázquez y Goya, a Ribera, Murillo y Zurbarán, por no recordar sino a los más grandes. En las especiales condiciones en que nos encontrábamos entonces, produjeron una extraordinaria resonancia en nuestros corazones los célebres cuadros de Goya inspirados en los combates de 1808: el enfrentamiento contra los mamelucos, las ejecuciones del 3 de mayo, los dibujos que muestran los horrores de la guerra, que tanto se asemejaban a nuestra atmósfera cotidiana.
Cuando, embargados por la impresión, nos disponíamos a abandonar el museo, Miguel se lamentó de que no pudiéramos ver las fachadas del edificio, famosas por su belleza y, en aquel entonces, defendidas con sacos terreros.
-Debemos adoptar todas las medidas de precaución. De hecho, vamos a sacar en breve los cuadros de aquí; los fascistas han dañado tantos monumentos de valor artístico que no puede tratarse de algo casual sino de un crimen premeditado[7]. Como el asesinato de Federico García Lorca…
Y nos citó con lágrimas en los ojos los versos llenos de dolor de Machado:
...Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
Más tarde, cuando vi innumerables monumentos horriblemente mutilados por la aviación o la artillería enemigas, cuando fui testigo del odio de los fascistas por la cultura, volví a recordar el amor, el desvelo infinito de los republicanos por los valores espirituales, que consideraban patrimonio sagrado del pueblo.
Y mucho más tarde, al leer las notas de viaje que Nicolae Iorga[8] escribió tras visitar el Museo del Prado en 1927, volví a recordar con gran afecto todo lo que vi, durante la guerra, en aquella cuna del arte universal.
Concluye así Iorga sus reflexiones sobre el Museo del Prado: “La nueva pintura española surgirá súbitamente de Goya, pintor burlesco de una corte ridícula, pero, por sus desnudos femeninos, heraldo sublime del arte nuevo de nuestro tiempo.”
***
La primera ofensiva fascista contra Madrid fracasó. El heroísmo de las masas populares españolas, alentado por el partido comunista, salvó la capital.
Ni las cuatro columnas ni “la quinta columna” le proporcionaron a Franco los resultados deseados. El pueblo español dio al traste con los planes de Franco, de sus patrones de Italia y Alemania, así como de sus amigos de París, Londres y Washington. Los madrileños, a pesar de los mortíferos bombardeos de la aviación fascista, a pesar de los continuos peligros y privaciones, conservaron la moral alta. De sus labios surgía una canción de mofa en que se advertía a los cuatro generales rebeldes que en Madrid les esperaba la horca y no un cafelito caliente en la Puerta del Sol, que los habitantes de la capital no se dejaban asustar por sus bombas…
Madrid qué bien resistes,
mamita mía,
los bombardeos.   
      
De las bombas se ríen,
mamita mía,
los madrileños.
La capital de la España republicana se mantuvo indoblegable hasta el último momento de la guerra, cuando, sólo gracias la traición del grupo de Casado y Besteiro, cayó en manos de Franco.
Los miembros de las Brigadas Internacionales, que, con su valentía y entusiasmo, contribuyeron a rechazar la ofensiva enemiga, fueron declarados “hijos honoríficos de Madrid”. Los madrileños les declararon abiertamente su cariño fraterno. El conocido poeta y gran patriota Rafael Alberti les dedicó versos entusiastas:
Venís desde muy lejos… Mas esta lejanía
¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día,
no importa en qué ciudades, campos o carreteras.
De este país, del otro, del grande, del pequeño,
del que apenas al mapa da un color desvaído,
con las mismas raíces que tiene un mismo sueño,
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera ni el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis, seguros,
a tiros con la muerte vestida de batalla.
Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas partículas de luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.
A ORILLAS DEL GUADALQUIVIR
Mientras las brigadas XI y XII luchaban en el frente de Madrid, en Albacete se formaron otras unidades internacionales que entraban de inmediato en combate allí donde su presencia se hacía necesaria.
 
Mihai Burca
Tras un corto periodo de instrucción, una de estas unidades, el 9º batallón, fue enviado al sector Villa del Río-Porcuna, en el sur de España, para reforzar las posiciones de algunas tropas españolas atacadas violentamente por los fascistas, quienes pretendían avanzar por la carretera Cádiz-Madrid. En el 9º batallón luchaba también un grupo de rumanos que había llegado a Albacete en el momento de la creación de la nueva unidad. Entre ellos se encontraban los dos hermanos Burcă, Constantin y Mihai que, llegados de Rumanía una vez acabado su servicio militar, fueron nombrados comandantes del pelotón de ametralladoras. El 24 de diciembre, en camiones, partieron hacia el frente. Fue su primera toma de contacto con el enemigo. Los voluntarios estaban llenos de entusiasmo, decididos a no escatimar el más mínimo esfuerzo para derrotar a los fascistas.
 
Pero en el frente la situación era difícil. Los voluntarios ocuparon las posiciones y comenzaron a disparar en la dirección indicada. En realidad, el enemigo estaba en la parte opuesta y los voluntarios se encontraron con que les disparaban por la espalda.
Fue un momento de desconcierto, de atonía. No obstante, los voluntarios se organizaron con rapidez, tratando de hacer frente al fuego que les había pillado por sorpresa. Sin embargo, no podían darse perfecta cuenta de cuál era la situación, de cómo orientarse.
“En esa lucha improvisada –dice Luigi Longo- sólo los comandantes de los pelotones consiguieron imponer una cierta dirección y control sobre los hombres[9]. Lleno de ardor, Constantin Burcă, comandante de pelotón, infundía ánimo a sus hombres, los enardecía. Pero era una lucha desigual en que los voluntarios disparaban a ciegas a un enemigo que no veían mientras ellos constituían un blanco preciso para éste, camuflado no se sabía dónde…
Finalmente cayó la noche. Los voluntarios recibieron órdenes de retirarse hacia Montoro. Durante horas interminables, vagaron a lo largo del Guadalquivir en busca de un lugar por donde poder vadear el río, profundo y ancho. Para quienes lograron alcanzar la otra orilla, el calvario no se había terminado. Aún debían atravesar las líneas enemigas para llegar a las posiciones republicanas. Por todas partes les acechaba el peligro ya que nadie sabía a ciencia cierta dónde se encontraba el enemigo.
Mientras los voluntarios cruzaban un bosquecillo, Constantin Burcă se desplomó. Una bala le había dado en la cabeza dejándolo muerto al instante. Desde los olivos, el árbol cuyas ramas simbolizan la paz, se esparcía la muerte. Escondidos entre sus ramas, los moros disparaban a discreción. Descubiertos, empero, los voluntarios comenzaron a liquidarlos. Mihai Burcă había visto caer a su hermano, hermano que había sido, al mismo tiempo, su mejor amigo. Se habían criado juntos, habían estudiado y trabajado juntos. Lo recordaba hablando a unos camaradas del trabajo en los Talleres de la C.F.R.[10]… mientras sostenía entre sus manos un violín: había querido aprender a tocarlo. Pero no había tiempo para el dolor. Se agachó, le cerró los ojos, cogió su arma y siguió adelante. La muerte de Costache[11] Burcă, de otros voluntarios rumanos, serbios o búlgaros, checos o franceses, cuyos cuerpos acribillados por las balas duermen para siempre entre los olivos de las orillas del Guadalquivir, debía ser vengada. La tierra calcinada de España debía ser vengada, sus ciudades y sus pueblos mutilados, la sonrisa helada en tantos labios jóvenes… “¡Quien cae en la lucha por la libertad, nunca muere!”, decía Hristo Botev. No muere, porque sus ideales prenderán más adelante en los corazones de sus hermanos de ideas que luchan por hacerlos realidad. Aunando sus últimas fuerzas, los combatientes supervivientes del 9º batallón lograron escapar de aquel trágico atolladero.
Las graves y dolorosas pérdidas sufridas por el 9º batallón no fueron, sin embargo, en vano. Al atacar de través a las columnas fascistas que avanzaban, detuvo su ímpetu ofensivo dando tiempo a que llegaran al campo de batalla las unidades españolas y la XIV brigada internacional, y organizaran una línea de resistencia.
También en el sur de España, algo más al este de la zona donde encontró la muerte Costache Burcă, cayó luchando heroicamente otro voluntario rumano, Leontin Dorohoi.
Le conocí en París donde seguía cursos en la universidad. Era comunista y tenía relaciones con el grupo de la emigración rumana. Inteligente, instruido, Leontin era una especie de bohemio, algo despistado, algo desorganizado, pero un camarada admirable, generoso y lleno de afecto. Cuando se nos planteó la cuestión de ir a España, vaciló inicialmente: la facultad, los cursos, perdería un año de estudios, etc. Nosotros partimos y él se quedó. Pero de inmediato comenzó a lamentar sus dudas y pronto nos siguió. En noviembre se encontraba ya en España. Tras una corta instrucción (Leontin había hecho el servicio militar en Rumanía y era un muy buen ametrallador), fue enviado al sur. Allí, en las proximidades de Linares-Jaén, los republicanos se vieron obligados a efectuar en un momento dado una retirada. La única vía abierta pasaba por un estrecho valle, una especie de hoz por la que corría un afluente del Guadalquivir. El enemigo avanzaba, la suerte de la unidad republicana dependía del modo en que pudiera asegurarse la retirada.
Leontin Dorohoi se ofreció a cubrir la retirada de sus camaradas. Era uno de los mejores ametralladores de la unidad. Las posibilidades de que él mismo pudiera retirarse eran casi inexistentes; Leontin lo sabía muy bien, pero eso no le hizo vacilar. Es en los momentos de las grandes pruebas cuando los hombres se muestran en su verdadera luz. El hombre que había dudado en París no titubeó un segundo. Se apostó con la ametralladora en un punto en que el camino de acceso del enemigo estaba al alcance de su arma y permaneció allí hasta que el último soldado republicano se hubo retirado. Pero el voluntario rumano pagó con su vida su valentía.
Un nombre más se añadía a la lista de los luchadores caídos por la causa de la libertad: Leontin Dorohoi, de 26 años de edad.
LAS ROZAS-MAJADAHONDA
A pesar del fracaso sufrido en la ofensiva de noviembre-diciembre, Franco no renunció a la conquista de Madrid.
Tras la gran derrota sufrida por las tropas fascistas a las puertas de Madrid, la guerra entró en una nueva fase al transformarse en un conflicto de larga duración. Franco y sus amos de Berlín y Roma se habían convencido de que la guerra de España no iba a ser un simple paseo, como habían imaginado. Alemania e Italia redoblaron su intervención militar.

Con hombres y armamento, el mando franquista, junto con los consejeros enviados por Hitler y Mussolini, elaboró el plan estratégico de una nueva ofensiva contra Madrid, en el sector Las Rozas-Majadahonda (al noroeste de Madrid).
Por la masiva concentración de tropas observada al oeste de la capital y por las declaraciones de quienes desertaban del ejército franquista se supo que se preparaba una gran acción militar. Pronto, todo el frente, desde Villanueva del Pardillo a Aravaca, pasando por Majadahonda, Las Rozas, Pozuelo de Alarcón y Húmera, se convirtió en el teatro de feroces combates.
En la mañana del 3 de enero, tras un intenso fuego de artillería, la infantería fascista, apoyada por los tanques italianos y aprovechando que tenía enfrente batallones republicanos que entraban por primera en combate, rompió el frente, ocupó Pozuelo, Aravaca y se aproximó a Las Rozas y Majadahonda.
Una brigada española resistía entre El Plantío y La Remisa. Los batallones de la XI brigada, que ya habían pasado el duro examen de los combates en los alrededores de Madrid, salieron de sus refugios y se lanzaron, en condiciones sumamente difíciles, al asalto de las líneas fascistas.
Al día siguiente, los batallones “Edgar André” y “Thälmann” fueron atacados violentamente, pero se mantuvieron firmes en sus posiciones. Los carros blindados republicanos contraatacaron; el batallón “Thälmann” puso fuera de combate a dos batallones fascistas.
Los combates se sucedían con furia día tras día. Los bombardeos salvajes provocaban cientos de víctimas entre la población civil de Madrid. Pero la moral de la población de la capital se mantenía alta. Los madrileños estaban en las barricadas; el ambiente recordaba a los heroicos días de noviembre de 1936. Los bombarderos republicanos actuaron con extraordinaria eficacia provocando grandes daños a la aviación fascista en tierra.
Los combatientes de la XI brigada pasaron por momento dramáticos. El batallón “Edgar André” estuvo a punto de ser rodeado y destruido. Los tanques fascistas, en número de 5 ó 6, se encontraban a 15 metros de distancia. «¡Vienen los tanques! ¡Vienen los tanques!», se oía gritar. Los voluntarios, en peligro de muerte, no se movieron, no obstante, y continuaron disparando con sus fusiles y ametralladoras. Sus balas tenían muy poca eficacia, pero los tanquistas franquistas se asustaron y se retiraron.
El 7 de enero el batallón “Thälmann” fue cercado y prácticamente destruido. Sólo en una trinchera cayeron muertos 80 hombres.
Al finalizar la segunda ofensiva fascista contra Madrid, el batallón “Edgar André” contaba apenas con 120 hombres mientras el batallón “Thälmann”, golpeado si cabe aún más duramente, tenía sólo 32 supervivientes.
A costa de tales sacrificios consiguieron los combatientes antifascistas detener al enemigo. Las fuerzas republicanas y la XII brigada internacional, que llegaron para sustituir a los combatientes asediados de las unidades españolas y de los tres batallones internacionales, detuvieron definitivamente a los fascistas. El 16 de enero, las brigadas internacionales XII y XIV abrieron fuego intenso con todo su armamento contra la infantería fascista, aislaron a los tanques y los atacaron con granadas. Sorprendidos por la violencia del ataque, los fascistas se retiraron. Entre los combatientes antifascistas brotó un entusiasmo indescriptible. En el frente en que poco antes retumbaba el estruendo del combate, comenzaron a sonar poderosos el “Himno republicano” y “La Internacional”. Tras 13 días de intensos combates en que se batieron las unidades españolas e internacionales, la segunda ofensiva franquista contra Madrid fue aplastada con graves pérdidas para los fascistas.




[1] Doine, en rumano, plural de doină, endecha. [N. de los t.]
[2] Danza popular rumana en que quienes bailan lo hacen formando un corro y dados de las mano. [N. de los t.]
[3] El autor, al igual que Mihai Ardeleanu, era natural de la zona de Oradea, en el noroeste de Rumanía. [N. de los t.]
[4] Retraducción a partir del rumano. Podría tratarse de una confusión del autor con la cita de Publio Siro “Así como el ignorante está muerto antes de morir, el hombre de talento vive aun después de muerto”. [N. de los t.]
[5] Después de pasar en calidad de médico por los principales frentes españoles, tras la retirada de España y una corta estancia en Francia, llegó a la Unión Soviética donde murió en condiciones trágicas en 1941. [N. del A.]
[6] Error en el original que, en lugar de “a finales del siglo XVIII”, dice “a principios del siglo pasado”. [N. de los t.]
[7] Durante la guerra, la Oficina Nacional de Turismo de la República española publicó una serie de documentos sobre las destrucciones provocadas por los fascistas en el patrimonio espiritual del pueblo. He aquí algunos extractos:
“Alcalá de Henares, ciudad museo, fue mutilada por los fascistas.
La Iglesia de Santa María, en que se conservaba con amor y veneración la capilla y la pila bautismal en que fue bautizado el autor de “Don Quijote de La Mancha”, así como el monumento funerario del cardenal Jiménez de Cisneros, obra maestra del gran escultor florentino Domenico Francelli, elaborada en Carrara, no fueron respetados por los fascistas.”
Jacinto Benavente, laureado con el premio Nobel de literatura, escribió en concreto: “La destrucción de esta riqueza espiritual única e irrepetible representa un atentado cometido contra la cultura universal, un robo a las generaciones futuras… un pecado imperdonable para el que no existe redención.” [N. del A.]
Los textos citados en esta nota son retraducciones a partir del rumano. [N. de los t.] 
[8] Nicolae Iorga (1871-1940) fue un político, historiador y escritor rumano. Marxista en su juventud, murió asesinado a manos de los fascistas rumanos de la Guardia de Hierro. [N. de los t.]
[9] Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
[10] Compañía Nacional de Ferrocarriles de Rumanía. [N. de los t.]
[11] Costache es diminutivo de Constantin en rumano. [N. de los t.]

Ver Bajo el cielo de España: Capítulo V (1ª Parte)

Traducciones VALAKIA ROJA (VKR)

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